Somos

Somos presente de los que nos rodean, pasado de los que estuvieron, futuro de los que están por venir. Somos nosotros cuando estamos acompañados y del que tenemos enfrente.

Somos libro abierto para unos y el más indescifrable enigma para otros. Alegría, tristeza, esperanza, nostalgia, anhelo, repulsión, realidad y metáfora a la vez.

Somos los libros regalados, las canciones y poemas dedicados, las flores enviadas. Todos, queriendo o sin darnos cuenta, hemos sido y seguimos siendo amor.

Somos el mejor recuerdo que se guarda de nosotros, el beso más tierno que dimos, las palabras de aliento pronunciadas, la sonrisas que repartimos.

A veces más y a veces menos pero siempre somos. Y por hoy, sigamos siendo.

Las 4 y 10

«Fue en ese cine, ¿te acuerdas?, en una mañana, Al este del Edén…», le resultó imposible evocar aquel momento mágico en el que, aprovechando un descuido de ella, le robó tremendo beso que luego de ser correspondido los invitó a abandonar la sala de proyecciones para continuar su entusiasta intercambio de caricias en un callejón contiguo. 14 años después el recuerdo permanecía vivo: el frío que sintieron en sus rostros luego de la intempestiva salida aquella mañana de enero de 1956 para ser detenidos brevemente por un inspector que prepotente les requirió sus carnets de identidad, el estrechar de sus manos mientras corrían algunos metros en dirección al espacio que les alejara por algunos instantes de los demás, sentir los abrazos apasionados calentándoles la sangre y olvidando de momento las difíciles circunstancias por las que atravesaba por esas fechas su país. ¿Qué podía importar si se tenían para ellos? Un par de semanas antes habían coincidido en una de tantas reuniones clandestinas organizadas furtivamente por el ala socialista más provocadora de la sociedad de alumnos de su universidad, y fue inevitable para él buscar toparse con ella accidentalmente al finalizar la misma para dirigirle la tan poco convincente pregunta de «¿Nos hemos visto en alguna otra parte?» que ella respondió con una brevísima pero alegre carcajada. Aceptó ser acompañada hasta donde tomaría el autobús que la llevaría a su casa y dejaron al destino la oportunidad de volver a verse, así que esa mañana que se volvían a encontrar en la entrada de un cineclub cercano a su Universidad se consideraron los jóvenes más afortunados de Madrid.

Viendo interrumpido su intercambio de cariño por un viejo más cascarrabias que Franco quien los increpó a gritos, salieron disparados de ahí y atravesando la calle decidieron verse de nuevo un par de horas más tarde, tiempo suficiente para que ella acudiera por unos libros a una biblioteca cercana y él cumpliera con su fastidiosa clase de francés. La heladería de la esquina resultaba el lugar ideal para la cita y se despidieron con un pronunciado beso que no podría envidiar en absoluto al más candente entre Rhett Butler y Scarlett O’Hara. Transcurrido ese tiempo, ella lo esperó más de hora y media en lo que devoraba las páginas de La peste de Camús, novela que había sacado a préstamo, lo que le impidió enterarse que la Universidad había sido asaltada por el ejército para sofocar cualquier intento de revuelta promovido por las células socialistas que en ella se albergaban; y él, había sido detenido injustamente y llevado a prisión con otros tantos estudiantes donde pasaron 48 horas incomunicados. No volverían a verse hasta esa tarde de 1970 que sin esperarlo se cruzaron mientras ella aprovechaba su receso laboral para comer y antes de volver en punto de las 4 de la tarde al almacén donde trabajaba. Entre prisas, nostalgia, y un escueto beso, volvieron a despedirse.

 

Luis Eduardo Aute (1943-2020)

Leer a Chéjov

– Si no has leído a Chéjov, no has leído – le dijo con tal vehemencia que sólo provocó en su interlocutor una respuesta seca y ahogando la incomodidad. – He leído lo suficiente para considerar que he leído, aún sin haber leído a Chéjov. Mi cuota de literatura rusa la cubrí con Los hermanos Karamasov y toda la tradición literaria rusa puede darse por bien servida con ello.

– Si no fueras tan terco me harías caso y leerías algo de Chéjov, para que te des cuenta que hay más en la vida que tu Dostoyevsky, tu Saramago y tu Benedetti – reiteró. No iba a darse por vencida con facilidad, aunque conversaciones similares ya habían tenido en otras ocasiones. – No, bien lo sé: también están los García Márquez, los Vila-Matas, los Cortázar, los Paz… – Cuando te lo propones te vuelves odioso, y lo que me preocupa es que te lo propongas con mucha frecuencia – añadió dando por terminada la charla.

No se dirigieron la palabra por el resto de la tarde al estar cada uno inmiscuidos en sus asuntos. Ella, ocupándose de pendientes laborales que había llevado para finiquitar en casa; él, saliendo a caminar como acostumbraba ocasionalmente cuando la retirada del sol lo permitía. Pero esta ocasión salió poco antes de lo habitual y tras recorrer algunas calles abordó un camión que lo acercó hasta el centro de la ciudad. Luego de descender de la unidad y caminar otro par de calles entró a una librería de viejo y acercándose al dependiente, un señor mayor de abundante barba canosa y anteojos, le preguntó: – Mi estimado, ¿tendrá algún librito de Chéjov? – Amigo, ninguna obra de Chéjov podrá ser nunca un librito – respondió, y despegándose de la silla en la que reposaba avanzó hasta uno de los anaqueles para retirar de él un ejemplar algo envejecido pero completo de Historia de mi vida.

En memoria de José Martí

No nací cubano, José, pero desde pequeño al conocer tu nombre y tu historia, el amor por tu patria y la lucha por su independencia, el cariño a las letras y sangre poética que recorría tus venas, quedé prendado a tu figura, y hoy, en un aniversario más de tu natalicio, te recuerdo.

No nací cubano, José, pero en mi infancia y a ejemplo de mi padre con avidez me empapé de las hazañas de sus barbudos héroes, que remando a contracorriente de la postura política imperante en América se propusieron implantar en la tierra que los vio nacer una manera de vivir más equitativa para sus habitantes.

No nací cubano, José, pero guardando vastas distancias comparto contigo el interés por la filosofía, la política, la literatura, sospechar una vida culta, justa, libre de en la medida de lo posible de desigualdades, y me resultas inspiración, ejemplo, catapulta para suponer que las utopías, con empeño y de ser necesario con sangre, pueden volverse realidad.

No nací cubano, José, pero a 117 años de tu muerte mantengo en mi mente tu recuerdo, entre mis dedos estas palabras para ti, en mi deseo las ganas de luchar por mi nación como lo hiciste con la tuya, desde las trincheras que tenga disponibles y saltando hasta las consideradas imposibles.

No nací cubano, José, pero es verdad que te vuelves oriundo de los lugares en donde has dejado el corazón, y una parte del mío está en Cuba, con su gente, con sus problemas y alegrías, con sus pesares y victorias de cada día. Por lo tanto, José, entrego este humilde tributo a tu memoria.

A José Martí.

(28 de enero de 1853 –  19 de mayo de 1895)

Cuba nos une en extranjero suelo, auras de Cuba nuestro amor desea: Cuba es tu corazón, Cuba es mi cielo, Cuba en tu libro mi palabra sea.

Inquietud

«Hasta yo me canso de hacer protagónicos», declaraba aquella tarde Leonardo DiCaprio, «…tanto que he decidido tomarme un descanso». La noticia no tomaba por sorpresa a muchos, menos luego del arduo trabajo al que se había sometido el actor filmando tres películas durante el último año. Peculiarmente en una de ellas no ocupando el papel principal, algo que no sucedía desde 1993 en What’s Eating Gilbert Grape. Desde entonces, con mayor o menor éxito, para todo proyecto en el que se embarcaba había sido convocado a interpretar el rol estelar, pudiendo contar con sus actuaciones en The Basketball Diaries, Romeo + Juliet, Titanic, The Man in the Iron Mask, The Beach, Gangs of New York, Catch Me If You Can, The Aviator, The Departed, Blood Diamond, Body of Lies, Revolutionary Road, Shutter Island, Inception y J. Edgar. ¿Había topado con su techo de cristal? Aunque le angustiaba hacerse esa pregunta, había decidido evadirlo de momento comprometiéndose de lleno con las causas altruistas a las que tenía varios años apoyando y que resultaban la manera de anclar sus pies en la tierra para no volar por el cielo y reventar por la presión llegando a inconmensurables alturas como les había sucedido a tantos otros. Sin embargo, desde 2006 que viajó hasta Sierra Leona para la filmación de Blood Diamond y conoció en carne viva las carencias y sufrimientos que se atraviesan en aquella región del planeta se propuso salir del círculo de glamour y burbuja de cristal al que la súbita fama alcanzada nueve años antes con Titanic cual pieza de rompecabezas libre de albedrío lo había instaurado.

Lo anterior, por mencionar las causas medianamente razonables de sus inquietudes, pues muy en el fondo la vanidad establece su morada, y le llenaba de preocupación el asalto que a sus terrenos tenían ya algunos años haciendo actores guapos y talentosos como Ryan Gosling, Joseph Gordon-Levitt o Michael Fassbender, lo cual no era un asunto para tomarse a la ligera. ¿Tendría que considerarse ya relevado generacionalmente a sus 38 años? Algo que poco se atrevía a ventilar es que después de protagonizar a Howard Hughes en The Aviator y verse sometido a una intensa carga de trabajo para conseguir la caracterización más adecuada al papel, había quedado resentido de los nervios. De hecho se vio en la necesidad de pasar, después de la no menos intensa gira de exhibición de la cinta, recluido un par de meses en una reconocida, además de carísima, clínica de recuperación psicológica en Melbourne, famosa por ser el refugio ideal para personalidades a nivel internacional que atravesaban por situaciones parecidas a la de DiCaprio. Sólo para dimensionar, cada día de estancia en este especializado centro tenía un costo de 4,000 dólares. Y desde 2005 a la fecha acostumbraba pasar un par de semanas al año en dicho lugar como parte de una terapia de purificación emocional, como solía denominarlo. «Vuelvo pronto, no me extrañen, y si no me reconocen síganme queriendo igual», acostumbraba decir a sus más cercanos al momento de salir, y esa tarde, después de la conferencia de prensa para anunciar su temporal descanso de los sets, marcó en su teléfono el tercer número agendado en la letra «M», preguntando sin mayor dilación a la persona que contestó al otro lado de la línea: «¿Qué tal doc, tiene espacio para un paciente más?».