Atardecer

Te pedí que recordaras el más bello atardecer que habían contemplado tus ojos. Me gustaba ver tu cara cuando te hacía todo tipo de preguntas extrañas, inesperadas. Esa ocasión no fue la excepción. Como pudiste, sonreíste y levantaste ligeramente la cabeza, buscando en esa parte del cerebro donde se guardan los recuerdos, el más bello de los atardeceres acumulados.

Fue hace 10 años, ¿te acuerdas de mi viaje a China, Tailandia y Camboya? Hubo tardes espléndidas, pero la imposible de olvidar es la que pasé en el templo hinduista Angkor Wat. Recuerdo, a pesar del numeroso grupo de viajeros congregados, que se sentía una paz que contrastaba brutalmente con el entorno antes de llegar hasta el complejo de templos que pueblan la zona. La caída del sol ayudó a darle una aura mística, con un cielo de tonalidades rojizas y rosadas que poco a poco se iban atenuando pero seguían maravillando, coronándose la escena con el reflejo de la estructura principal en un espejo de agua frente a ella. Créeme, Vic, quería quedarme ahí toda la vida.

Mientras hablabas, apretaba tu mano con la fuerza que aún me quedaba. Más que escucharte, porque ese momento me lo habías platicado al menos tres veces en diferentes ocasiones, me bastaba esforzar la vista y aprehender por última vez tus gestos, los ademanes que hacías con tu brazo izquierdo, la cadencia y silencios que dedicabas a narrarlo, el descubrir en tu cara la emoción que me enamoró de ti desde la primera vez que te escuché contándome algo. ¿Lo recordarás aún? No hubo necesidad de preguntarlo porque sé la respuesta.

Terminaste de hablar y fue como la señal para soltar un respiro profundo que me caló en el pecho. Escuchaba a lo lejos, como el tic-tac de un reloj, el ritmo cada vez más espaciado de mis latidos en el monitor que pendía sobre mi cama. Entrelazaste tus dedos con los míos y acercarse tu cabeza a mí lo más que te lo permitían los cables de monitoreo y sondas que rodeaban mi cuerpo. Te miré fijamente, hiciste lo mismo, y sonreímos por última vez como la primera vez que no vimos.

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Fotografía por Cintia Mayol