Barcelona

Recuerdo cuando conocí Barcelona por ti. Llegaron tus tenis llenos de historias, de andanzas, de emociones acumuladas. Tenías inmenso deseo de contármelas todas, y yo sólo de dejarte desnuda y hacerte mía, como venía extrañando desde hacía meses. «Hay mucho tiempo para que me cuentes», te dije mientras te sacaba la blusa y tú bajabas tus jeans. Esa tarde no salimos, ni al día siguiente, ni el siguiente del siguiente. Pero esos tres días te saliste con la tuya. Entre sexo y sexo, entre las pausas para comer y descansar, me fuiste contando qué hiciste, a donde viajaste, a quien conociste, con quien te acostaste, con quien te quedaste con ganas de acostarte. Y yo te escuchaba atento y tras cada historia, que contenía mi deseo de volverte a tomar, te fui conociendo más, me fui enamorando más. Me lo habías prohibido, pero por esos tres días no importaba. La preocupación vendría al tercer amanecer, donde despertaste metiendo tu ropa a la maleta, tras la última cogida antes de marcharte. Al terminar nos bañamos juntos, preparaste café, preparé pan tostado con queso philadelphia y mermelada. Compartimos el desayuno en un inocente silencio, interrumpido por miradas de complicidad y algún comentario inocuo. «¿Nos veremos pronto?», me atreví a preguntarte antes de dar la última mordida a un trozo de pan tostado. «Nos veremos cuando nos veremos», respondiste. Como siempre esquiva, enigmática, pero a la vez promesa y anhelo. Hoy, mientras tomaba café y mordía un pan tostado con queso philadelphia y mermelada, recordé cuando me hiciste conocer Barcelona.

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Fotografía por Katia Gómez