Desolación

Nunca pensamos que fuera a suceder tan pronto, ni estuvimos preparados como sociedad para ese fatídico momento. Algunos teníamos lo suficiente para mantenernos con vida y a salvo por varias semanas, pero el resto no. Unos simplemente fueron abrasados por el descomunal calor resultado de las explosiones. Y miles de millones más condenados a la exposición de radiación y la hambruna, un escenario apocalíptico sin igual.

El riesgo venía creciendo desde hacía años pero prefirió ignorarse. Ahora, las consecuencias eran irremediables. Yo estoy entre los pocos que se salvaron. Pude esconderme a tiempo en el refugio que mi padre tenía años manteniendo al día para cuando sucediera la catástrofe. 13 segundos nos tomó bajar a mis hermanos y a mí desde la planta alta hasta el sótano, donde estaba localizado. 13 segundos que nos permiten por ahora estar con vida. Imposible saber qué sucedió con mis padres, que aquella mañana salieron rumbo a su trabajo, a una hora en coche de casa. Lo último que le escuché decir a mi madre antes de que saliera y cerrara la puerta fue: «Cuida a tus hermanos, los queremos».

Esta es mi principal preocupación, cuidarlos, honrar la última voluntad de mi madre, y aplicar los conocimientos de supervivencia que aprendí de mi padre. Racionar al máximo la comida y el agua; aprovechar cada uno de los recursos provistos en el refugio; utilizar la radio de banda civil para detectar presencia de vida humana del otro lado de la pesada y resistente loza de acero y concreto; revisar a detalle la bomba de electricidad, que mantiene iluminado el lugar y funcionando el reciclador de aire; seguir al pie de la letra el manual que preparó mi padre, y guardó con celo debajo de un baldosa de mármol, para protegerlo de cualquier incidente dentro del refugio; recordar sus instrucciones con su habitual «lo más posible es que yo no esté, pero lo que debes hacer es…. ¿entendiste?».

Miro a mis hermanos, acurrucados en la esquina del refugio, procurándose calor y cercanía para mitigar el miedo y la zozobra. Confían en mí, saben que estoy entrenado para protegerlos. Y mientras viva, no permitiré que nada les pase. No sé cuanto tiempo debamos pasar en esta caverna subterránea, cuánto tiempo vaya a habitar la desolación sobre la faz de la tierra. Hasta entonces, sobreviviremos.

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Fotografía por Daniel Fierro