Epifanía

Cuando aquella tarde de sábado, luego de hacer el amor y mientras te abotonabas mi camisa para salir de la habitación y dirigirte a preparar café (siempre después de coger te encanta beber café), me dijiste casi con desgano: «por cierto, me aprobaron la beca», supe que comenzaba a perderte.

«No es para tanto», continuaste al volver con tu taza preferida entre las manos y verme aún acostado, a medio incorporar. «Y no te olvides, las mariposas nacieron para volar», agregaste para después tomar el control de la Smart TV y buscar cualquier tontería en Netflix, todo esto ante mi pasmosa y retraída actitud.

Un año después, justo un año después me escribiste un mensaje, a tus 8:43 am, que leí unas horas más tarde, cuando amaneció en América.

Lo siento, terminemos.

«¿Sólo así, sin más, ni un Skype o algo?», te escribí. Tardaste 25 minutos en responder «No es necesario». Yo uno en escribirte «Déjame ir a verte». Cuatro horas después, respondiste con el emoji de «😂»  y un «tu es fou» que el traductor de Google me ayudó a descifrar.  «Vuelo mañana, llego el viernes, pasemos juntos el fin de semana», insistí. «No estaré», replicaste. Silencio -o lo equivalente en una conversación de Whatsapp-. «Salimos desde el fin a un paseo largo. ¿Quieres verme? Búscame el domingo por la tarde en el Giardino di Boboli, Florencia. Au revoir».

¿Me lo propusiste para medir el alcance de mi terquedad? ¿Cómo un reto imposible ante la distancia y la prontitud? ¿Sabías desde que lo pensaste que podría ser capaz de estar presente en tal sitio, tal día, en el momento indicado? Porque así fue. Llegué a las 11 de la mañana, directo del tren que me condujo hasta Florencia desde Roma. 10,000 kms de distancia y 18 horas de viaje no impidieron que mantuviera la calma ante lo próximo de encontrarte. Compré un mapa del lugar, y te mandé un mensaje: «Ya estoy aquí. Te espero 4 pm en el Tindaro Screpolato». 20 minutos después, las 2 palomitas azules confirmaban que estabas enterada.

Familias, parejas y toda clase de personajes solitarios pasaron frente a mí el par de horas que esperé en una de las bancas junto a la escultura del polaco Igor Mitoraj. Agotando mi curiosidad sobre los paseantes, la trasladé al inmenso bloque de bronce de 4 metros de altura. Recorrí con mi vista cada una de sus grietas, los detalles que la vuelven imperfecta pero a la vez atrayente, sugestiva. Imaginé a su autor trabajando con delicada violencia sobre el molde que daría como resultando tan agreste pieza. Y después, la epifanía: verme en ella, resquebrajado, adusto, incluso impertinente. ¿Qué hacía allí, a 1o mil kms de mi hogar, esperando a una mujer que ya no me quería, a una mariposa que había volado?

Miré la pantalla del celular: 3:53 pm. Intercepté a una señora con un enorme bolso pidiéndole a señas una pluma. Aproveché un espacio en blanco del mapa para escribir un breve mensaje, devolviendo de inmediato la pluma y colocando el trozo de papel sobre la base de la banca, con una pequeña piedra encima. Miré de nuevo el celular: 3:57 pm. Perfecto. Caminé unos pasos y seguí sin detenerme los señalamientos de salida.

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Fotografía por Sue Guardado

2 comentarios en «Epifanía»

  1. El que voló fue el!! Por qué no espero a que dieran las 4:00pm. Dan ganas de alcanzarlo y decirle que espere un poco más!!! 🙏🏼.

    Me gustó! Lo viví! Buena narrativa 👍🏼

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