Escribir

Quería escribir el cuento perfecto. Despejé mi escritorio, calibré la luz y abrí la ventana para que la habitación se ventilara. Dejé lista la Remington con una hoja colocada con suma precisión en el carro y otras tantas a un lado. Preparé café, colombiano desde luego, «del que beben los mejores escritores bogotanos y que provoca un orgasmo en cada sorbo», según afirmó Constantino al regalármelo.

Cayó la noche y me acerqué hasta el área de trabajo. Descansé mi cuerpo en la Herman Miller que había conseguido a ridículo precio por Ebay. Extendiendo los pies, me incliné ligeramente hacia la máquina de escribir. Acariciaron con sutileza la yema de mis dedos algunas teclas. Surgieron de manera inesperada las primeras palabras:

queria

Inquieto y temeroso observé al techo. Una mirada profunda que reconocí de inmediato me obligó a seguir. Y heme aquí desde entonces, en la ineludible cita con no dejar de escribirme.

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notashamed