Cuando me lo dijeron no lo podía creer. ¿Que hacía un cuadro de mi abuela entre la decoración de un hostal-boutique de Guadalajara? Ante mi sorpresa, la foto que recibí por Whatsapp no dejaba lugar a dudas. Ahí, entre las reliquias que adornaban desordenadamente la recepción de una casa de huéspedes tapatía, estaba un retrato de mi abuela, Dolores Orellana.
«Dile al dueño que lo conserve, viajo esta noche para allá», le escribí a Roberto, autor del fortuito descubrimiento. Terminé mis pendientes, preparé maleta para un par de días y pedí un Uber para ir a la Central de Autobuses. A las 20:15 hrs estaba saliendo en un Primera Plus hacia Guadalajara, esperando estar allá a las 7 am. Roberto me recogería para llevarme hasta Jacinta mi amor. Si supiera que estuvimos buscando ese retrato por más de 40 años seguro que no dormía de los nervios, como me pasó a mí.
«El dueño te recibirá a las 10 am, así que vamos primero a desayunar, conozco un lugarcito muy bueno cerca», fue su indicación al abordar el auto. Platicamos trivialidades hasta llegar a la cafetería donde se detuvo. Ya dentro, y con taza de café en mano, me dijo: «Ahora sí, cuéntame la historia del retrato. A tu abuela la reconocí por la foto que vi mucho tiempo adornando la sala de tu casa». Efectivamente, de los pocas fotografías de mi abuela, una permaneció por muchos años en el hogar de mis padres, hasta que mi hermano mayor la reclamó para sí cuando vendimos la casa. Pero el retrato encontrado sí que tenía su historia y estaba ansioso por confirmarla.
Mi abuelos nacieron en Chile pero emigraron a México en 1950. Unos abusivos empresarios hicieron quebrar su cooperativa, lo amenazaron de muerte y decidieron dejar su patria para comenzar una nueva vida, con sus seis hijos, en Guanajuato. Partidario de las ideas de Salvador Allende, y con amigos en su círculo cercano, en 1971 lo invitaron a colaborar en el nuevo gobierno. La invitación resultó para toda la familia motivo de orgullo y aceptó el puesto, contando con el respaldo de su esposa para volver a Chile mientras ella se quedaba en México a cargo de los hijos más pequeños. Cada mes religiosamente mi abuelo enviaba una postal a mi abuela. Así lo hizo el día primero de cada mes durante dos años, hasta el 1 de septiembre de 1973, que nunca imaginaron ambos sería la última ocasión.
Mi abuelo murió en el asalto al Palacio de la Moneda. Un par de días antes, ante el temor de que miembros de la CIA amedrenteran a su familia (no importando que estuvieran a miles de kilómetros), le pidió a mi abuela que desapareciera de casa cualquier rastro de él y que se fuera de Guanajuato por un tiempo. La historia cuenta, contada en boca de mi tío Jacinto, que mi abuela guardo en el forro de su retrato todas las postales que había recibido de mi abuelo, y después lo selló meticulosamente para que no hubiera rastro alguno de su artimaña. Metió algunas cosas en la cajuela del auto del abuelo y salieron rumbo a Guadalajara, a una casa de huéspedes.
Hasta el 14 de septiembre, tres días después del artero Golpe de Estado, pudo entablar comunicación mi abuela con un conocido de su esposo, que le dio la mala noticia. Bastó escucharla para que un infarto fulminante acabara con su vida. Jacinto y Ernestina -mi madre- fueron recogidos después del velorio por mi tío mayor, y entre la incertidumbre por la pérdida de ambos padres y el futuro de los hermanos menores, el retrato se extravió. Un golpe de recuerdo asaltó a mi tío muchos años después, que compartió la anécdota entre la familia y comenzó la incierta búsqueda De eso habían pasado ¡42 años! Por lo que el azaroso hallazgo era un auténtico designio del destino.
Faltando 10 minutos para las 10 nos retiramos de la cafetería rumbo a Jacinta mi amor. Los nervios me comían, pero se impuso mi necesidad de dar por terminado el misterio. Entramos al lugar y estaba ella, Dolores Orellana, descansando en un pequeño buró adornado con un ramo de flores, que seguramente el dueño cariñosamente había colocado. Al verla escurrieron lágrima de mis ojos, y alcancé a escuchar de la habitación contigua una cálida voz que me decía: «¿Así que viene usted por mi amiga Dolores?».
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Fotografia por Patricia Chavira
Bello…me encantó y es tan real que la próxima vez que entre al Jacinta, creo que la esencia del relato me acompañara, mil gracias❤