Mi tía Lupe

Con regularidad decimos mi madre y yo, que tenemos más de 15 años viendo juntos el noticiario matutino, que al morir todos son buenos hijos, hermanos, padres, vecinos, ejemplares trabajadores y miembros de la sociedad, etc, por las palabras que comparten en algunos casos gente cercana a las personas fallecidas.

Cuan curiosa es la realidad que nos da portazos en la nariz de vez en cuando, nos hace tragarnos nuestras palabras o como quiera llamársele. En este caso gustoso las imprimo en opalina y las devoro. Me refiero a que hace una semana enterramos a mi tía Lupe, y puedo con vehemencia decir que fue buena hija, hermana, tía, vecina, maestra, enfermera, etc. Excelente, diría, y lo pongo en negritas y subrayado.

Nos trastoca mucho la situación por lo súbito que sucedió su muerte. Había cumplido 53 años el 21 de octubre y tenía pocos días de haberse realizado un bypass gástrico para contribuir a su adelgazamiento, del que derivaron complicaciones al punto que le llevaron a un par de internamientos, el segundo de mucha gravedad en terapia intensiva del ISSSTE. Yo salí de Monterrey del 21 al 28 de octubre y el domingo 29 pude verla 5 MINUTOS, sin imaginar que serían los últimos en los que cruzaríamos miradas, palabras y risas.

Antes de despedirme de tan apresurado encuentro (el tiempo de visita era de media hora y debía repartirse entre varios familiares) se me soltaron las lágrimas y le dije: «cuántas veces me viste estar entre tubos y monitores, ahora te toca a ti salir adelante y a nosotros estar contigo para apoyarte». Estaba emocionada porque había librado las 72 horas críticas que dictaminó el doctor como indispensables para poder pensar ya no en una pronta recuperación sino en conservar la vida. Nos prometimos cenar cuando fuera posible una hamburguesa Teo, las de por la plaza, de sus favoritas y que muchas veces me trajo como chiqueo o rescate alimenticio cuando no estaba mi familia cerca. Corrijo: cuando le correspondía a ella ser la familia cerca.

Al día siguiente, lunes 30, fueron mis padres a verla en el horario de visita (5:30 pm) y las noticias posteriores fueron positivas y halagadoras. Mi madre, que tuvo en mi tía más que un brazo derecho durante las fases críticas de mi salud en estos 17 años, estuvo en constante pendiente de sus necesidades y podía con certeza constatar su evolución. La alegría de sus palabras me contagió, hasta pasadas las 10 de la noche que sonó el teléfono de casa. Entre los hermanos nos comunicamos directamente al celular, así que escuchar el teléfono local después de las 10 pm, en medio de una situación delicada de salud como la de mi tía, no era buen augurio. Y en efecto, era mi tío Juan desde terapia intensiva avisando que su hermana estaba teniendo complicaciones. Mis padres se lanzaron de inmediato por mi abuela y alcanzaron a llegar antes de su muerte. No pasó el día.

Peculiarmente, una hora antes de esa fatídica llamada, vi este comentario en Twitter:

Más peculiar y simbólico resultó enterrar a mi tía en pleno 2 de noviembre, Día de los Muertos. Una festividad que por encima de su tétrico nombre, nos acerca a renovar la cercanía y conexión que mantenemos con nuestros fieles difuntos, entre los que de ahora en adelante en mi familia contamos con una alma más que interceda por nosotros en este seguir lidiando con estar vivos, hasta que ya no.

Dale Señor el descanso eterno, y brille para ella la luz perpetua. Descanse en paz, así sea.