Desde hace un par de semanas al menos se ha ido llenando de a poco y cada día con mayor energía el timeline de mis redes sociales con información y opiniones sobre la Movilización Nacional contra las Violencias Machistas, a realizarse este domingo 24 de abril en más de 30 ciudades del país.
Considerado por las organizadoras como la primera gran convocatoria en México para tomar las calles y visibilizar una problemática generalmente ninguneada y hasta estigmatizada como es la Violencia de género, ha recibido incluso el apelativo de #PrimaveraVioleta. Basta revisar el hastag #VivasNosQueremos para echar un vistazo al impacto y entusiasmo despertado por la iniciativa.
Luego de haber compartido el pasado martes el flyer de la convocatoria en Monterrey (4:30 pm, Fuente de Neptuno), me despertó el entusiasmo por acudir en calidad de acompañante solidario de un colectivo que, a pesar de su volumen y dignidad que como ser humano merece, vive atropellado por las conductas conscientes e inconscientes de la otra parte de la humanidad, los hombres, más en un país como el nuestro que, hasta culturalmente (Peña Nieto dixit) pareciera permitirlo.
Al día siguiente y leyendo opiniones de feministas activas y mujeres comprometidas con dicha causa, me pareció por prudencia desistir de mi idea. «Es su día, es su marcha, es su #PrimaveraVioleta, no estamos invitados», razoné. También leí del riesgo, al que muchos y muchas estamos expuesto, de -dicho muy coloquialmente- «subirnos al carrito» de las causas sociales en apogeo para proyectar nuestro personalismo, quedando rebajada lo social del asunto a costa del ego. Es una delgada línea que nadie está exento de atravesar y, conociéndome, me ha sucedido en más de una ocasión.
Sin embargo, me encuentro después con estas palabras de mi amigo Édgar Velasco, que copio textualmente porque me identifiqué de inmediato y me ayudaron a sacudir el prejuicio por involucrarme en el #24A:
El domingo voy a asistir a la Movilización contra las Violencias Machistas. Yo no padezco a diario este tipo de violencias —nadie me grita cosas en la calle, ni me nalguea en el camión, ni me muestra su miembro por la calle, por mencionar las más cotidianas—, pero me sé parte de un modelo de vida que las ha propiciado, propagado y perpetuado.
Creo que uno de los grandes males que nos aquejan como mexicanos es la falta de empatía al dolor y/o a los problemas del otro. Me da la impresión de que todos estamos concentrados en nuestras causas —el derecho al aborto, el matrimonio y la adopción homosexual, la legalización de las drogas, los desaparecidos, contra la guerra contra el narco, la exigencia de ciclovías y anoten aquí la que ustedes quieran—, pero desacreditamos o nos dan hueva las causas de los otros. Me parece que el día que decidamos involucrarnos en las causas de los otros, cuyos problemas también nos afectan lo queramos o no —nos demos cuenta o no—, ese día las cosas van a empezar a cambiar.
En fin, todo el rollo era simplemente para invitarlos, amigos, a que se sumen. Vamos a acompañarlas. Y cambiemos aquello que nos toca cambiar. Por ellas, sí, pero también por nosotros.
Este post no pretende expiar culpas, hay otros tantos medios para hacerlo. Pero me reconozco, tanto parte de un modelo de vida que ha propiciado, propagado y perpetuado conductas machistas, como generador de las mismas. He intentado imponer e impuesto mi «hombría» entre el círculo de mujeres más cercanas que me rodean, entre aquellas con quienes he tenido relaciones afectivas, entre mis amigas, incluso con otras que con el hecho de manifestarme simpatía ha sido suficiente para actos machistas de mi parte. No es sencillo reconocerlo, y hacerlo no soluciona nada. Me lo dijo una vez una amiga: «No pidas perdón, actúa diferente». Y como en tantas otras conductas patológicas, no es hasta cuando ya lo hiciste cuando descubres que la volviste a regar, que no debiste hacerlo, que no habrá una próxima… cuan falso es.
Así que para mí estar mañana en la Macroplaza entre la multitud de mujeres, algunas de ellas amigas y conocidas en redes sociales, tiene en particular 3 connotaciones: compartir, admirar y acompañar. Quiero un México en el que mis sobrinas puedan tomar cursos de música, clases particulares, ir de campamento, salir a la tienda, tomar transporte público sin la zozobra de ser acosadas por el profesor, por el instructor, por el vecino, por los compañeros de escuela. Uno donde se sientan con la capacidad de no callarse, de saberse escuchadas y con poder, sí, PODER de denunciar. Uno donde mis hermanas, mi madre y tías, mis amigas puedan andar en la calle sin temor al manoseo o acoso verbal, donde se les valore por sus capacidades y no por su sonrisa o sus piernas. Uno donde los hombres comprendamos que el serlo no es un pasaporte para imponer nuestra voluntad y caprichos, donde el respeto y la equidad sean los principios que rijan la convivencia no digo entre sexos sino entre seres humanos. Uno en donde la Violencia de Género no sea ninguneada, donde la violencia sexual no sea algo que deba callarse, donde haya justicia para estos delitos.
¿Salir mañana a manifestarse y adherirse a esta #PrimaveraVioleta es un paso a favor de conseguirlo? Pensar que sí ya es el primer paso.
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Comparto estos enlaces para quien desee seguir profundizando en el tema:
- Aumenta crueldad de feminicidios en México
- Regiomontanas gritan: el acoso no es normal
- Flyers de las convocatorias #24A en México
- Por qué voy a marchar este 24 de abril
- Sobre participación de los hombres en la causa feminista
- Cómo ser aliada/o de la #PrimaveraVioleta sin perjudicar en el intento
- ¿Eres un hombre violento? Seis pasos para no cometer actos machistas