Me gusta regalarle flores. Estando lejos resultan abrazos entregados a domicilio. Desde elegir el arreglo hasta enterarme que fueron recibidas me circulan una variedad de emociones anticipando la sorpresa.
Porque lo mejor de regalarle flores es que no las espere, que se vea asaltada en la rutina, que la admiración reine al recordar que hay para ella un entrañable amor vuelto flor.
Hoy me contó que la orquídea que le envié hace dos semanas se marchitó. En el ciclo inevitable de su corta vida ha muerto. Efímeras, las muestras del cariño también perecen, como la flor, ahogadas por la costumbre, la falta de originalidad, lo repetitivas, e incluso el exceso.
El arte de mantener vivo el amor es más complejo que la magia que provoca la alegría de recibir una orquídea. Más no por eso hay que dejar de regalar flores, caricias que la naturaleza ofrece a los enamorados.