Vivo en una privada, así que por la calle hay escaso tráfico vehicular. Me acerco a la ventana y la abro, sintiendo como un viento frío se cuela por ella al interior de mi habitación. Amaneció lloviendo y a esta hora (7:25 am) lo sigue haciendo, con menos intensidad pero igual de constancia que hace rato. Enrollo la cortina y veo como es ligeramente movida por el viento que llena de frío mis brazos, de ese frío rico que invita un café y colocarse encima una frazada. La temperatura es engañosa: 22°C que se sienten como 17 u 18. Escucho caer la lluvia y a lo lejos el ruido que hace una ambulancia en su afán por llegar pronto a su destino. Es habitual cuando llueve en Monterrey que no transcurra mucho tiempo hasta oír estos vehículos de atención médica acudir a un servicio, y recuerdo desde pequeño que el primer pensamiento que se venía a mi mente cuando esto sucedía es que no estuviera ningún familiar involucrado. Pasa un par de minutos y el sonido se desvanece, dejando de nuevo que reine el chipi chipi en el ambiente, si acaso interrumpido por algunos claxonazos lejanos. El cielo está completamente cerrado, quizá suene lógico porque está lloviendo, pero es que en Monterrey se vuelve cierto cada vez con más frecuencia el dicho local «Si no le gusta el clima, vuelva en media hora». Ayer por la tarde, sin más, en cierto sector de la ciudad había sol mientras llovía y hasta caía granizo. No será esta mañana el caso, al contrario, se agradecerá que permanezca así el cielo y no se asome en absoluto el astro rey, que después se levantaría el insoportable bochorno con el que debemos lidiar en temporada de lluvias. Mientras pienso y escribo esto, pasa frente a mi casa uno de los vecinos en su coche, para salir de la colonia rumbo a su trabajo, supongo. Es común que deambulen por la calle un par de gatos y el perro de una vecina, pero esta mañana lucen por su ausencia. Seguro los gatos están agazapados en algún recoveco del terreno sin construcción que queda en la cuadra y el perro en la cochera de la casa de sus dueños, ansioso porque termine la lluvia y salir a desahogar sus necesidades al aire libre, como es costumbre. Conforme se acercan las 8 am y aumentan los claxonazos provenientes de la avenida más cercana, que si de lunes a viernes alrededor de esta hora está saturada de cochistas rumbo al trabajo y llevando a sus vástagos a la escuela, con lluvia se vuelve la fórmula perfecta para una mañana de estrés y desesperación. Sigue el aire colándose por la ventana, sin invitación alguna para llenar mis brazos de esa sensación tan entrañable y extrañada de recibir un abrazo cálido y contar con alguien para hacer desaparecer el frío debajo de una cobija. Pero al menos por hoy, no será.