1 de mayo: Día Internacional de los Trabajadores

El siguiente texto lo redacté el 1 de may0 del 2007. A principios de año le hice algunos arreglos con la intención de incluirlo entre los escritos de mi libro, más ante el ajuste que estoy por realizar de su contenido tengo casi por seguro que lo retiraré. De ahí que me permita republicarlo este día con motivo de la conmemoración hoy celebrada.

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LLAMAR LAS COSAS POR SU NOMBRE: DÍA INTERNACIONAL DE LOS TRABAJADORES

Mayo 1, 2007

El mundo perdió su encanto con el fin de la guerra fría y la caída del bloque socialista soviético. Lo que hasta 1991 se había manifestado más como una rivalidad que como un recorrer la vida de modos alternos, se ha convertido en el abandono del mundo bajo el arrastre del remolino globalizador. Salvo gobiernos como el chino, norcoreano y cubano, hay internacionalmente un innecesario declarado nocaut técnico a favor del capitalismo, corriente económica inspirada en la ideología del escocés Adam Smith, en particular la vertida en su libro La riqueza de las naciones (1777).

Encajó de tal modo su pensamiento en el modo como se desenvolvieron los acontecimientos suscitados alrededor de la Revolución Industrial, a finales del siglo XVIII, que con justa razón Smith es considerado el padre del capitalismo. El autor mantiene, como tesis principal, que la clave del bienestar social está en el crecimiento económico, potenciado a través de la división del trabajo. Esto lleva inherente el surgimiento de la especialización (trabajo en serie) y la apertura de mercados: los productos necesitan llegar a más y más población para que continúen produciéndose.

La orientación del capitalismo respecto a los medios de producción es que éstos son privados y operan principalmente en función de beneficios y ganancias. La posesión de dichos medios recae en la clase burguesa (emergida de la sepultada sociedad feudal), la cual se convierte en dueña de las fábricas. Y si bien el esfuerzo del obrero es el que produce y crea riquezas, predomina sobre éste el capital. Se genera así un movimiento en tres pasos que sostiene la maquinaria capitalista desde sus orígenes: el capitalista busca la magnificación del beneficio propio mediante la acumulación y reproducción de recursos; los trabajadores reciben un salario a modo de recompensa material y los consumidores buscan obtener la mayor utilidad en la adquisición de sus bienes.

Si el capitalismo ha crecido desmedidamente se debe en parte a la ‘procreación’ de una generación consumista y de una mentalidad del ‘úsese y tírese’ y proclive a lo desechable (nos pueden iluminar al respecto las reflexiones aportadas por el sociólogo polaco Zygmunt Bauman). Si antes comprar una computadora, no se diga un vehículo, significaba una inversión paratoda la vida, ahora el promedio de vida de los nuevos modelos es de tres a cinco años ya que se descontinúan. Este espíritu ha traspasado la barrera de lo material e impregna impunemente las áreas sociales y religiosas de la sociedad. Nos encontramos, dicen los entendidos, ante una crisis religiosa y pérdida de vigencia de los valores morales.

Dirijo mi reflexión ahora al papel del trabajador, del obrero, que es parte fundamental del engranaje capitalista, si bien en la mentalidad más radical de éste se anida el deseo de desplazarlo por maquinaria que no se enferme, que no exija servicio médico, que no reclame vacaciones ni días de asueto. Tal ha sido el grado de deshumanización, que la maquinaria capitalista se ha impuesto sobre sus ‘no reconocidos’ socios, los obreros, y por todos lados con consecuencias fatales. Basta mencionar, por citar un ejemplo de mi país, la continua muerte de mineros en la zona de Pasta de Conchos (Coahuila), las cuales permanecen en el olvido, y los responsables en total impunidad.

Testigos en su tiempo de dichas atrocidades fueron Marx y Engels, dos pensadores que, conscientes de la transformación que el capitalismo estaba ejerciendo en el modus vivendi de las comunidades del viejo continente, escribieron el tratado titulado Manifiesto del Partido Comunista, publicado en febrero de 1848, y en el cuál vertieron los principios que consideraron indispensables para que se genere una revolución que derroque el capitalismo y consiga instaurar una sociedad de masas.

La tesis marxista gira en torno a la separación inminente de la sociedad en dos clases antagónicas: burguesía y proletariado. La manufactura artesanal cedió su lugar a la gran industria moderna, controlada por los burgueses modernos, herederos de la clase media industrial. Marx no se detiene al reconocer en la burguesía un verdadero papel revolucionario: el de desgarrar los lazos naturales entre los hombres para sembrar en su lugar el interés escueto del dinero. Terminó con el santo temor de Dios, con el ardor caballeresco, con la dignidad personal, reduciendo todas las libertades hasta entonces ganadas a una sola y visceral libertad con carácter de ilimitada: la de comerciar.

Si ya existía un régimen de explotación disfrazado de ilusiones políticas y religiosas, ahora éste es descarado y directo. Para que pueda subsistir la burguesía necesita incesantemente revolucionar los instrumentos de producción. La exploración mundial del capitalismo para encontrar nuevos mercados, es lo que da a éste su sello cosmopolita. Va desvaneciéndose el hasta entonces existente mercado local y nacional, formándose en su lugar un acervo común internacional tanto material como espiritual. Exacto: predecía Marx desde 1847 el fenómeno de la globalización y el concepto de aldea global. La clave con la que se filtra la burguesía, en todos los rincones, es el bajo precio de la mercancía, haciendo capitular cualquier ideología. Se consigue por lo tanto un aburguesamiento del mundo. Si hasta entonces Dios había creado al hombre a su imagen y semejanza, es ahora la burguesía la que hace lo mismo con el mundo.

Sin embargo, el fenómeno burgués se vio afectado por un virus del cual le es imposible librarse: la sobreproducción. Los remedios para atacarlo son, por un lado, la destrucción violenta de una gran masa de fuerzas productivas, y por otro, la conquista de nuevos mercados a la par del haber desahuciado los antiguos. Lo que da pie al desarrollo de la burguesía, lo es también para el desarrollo del proletariado, que se convierte en mercancía, sujeta a la fluctuación del mercado. La división del trabajo y la fabricación en serie de la producción lo han convertido en un simple resorte de la máquina. No sólo son esclavos de los jefes y capataces, sino también de las máquinas.

Debe, por lo tanto, el proletariado fortificarse y consolidarse en su lucha contra la burguesía: en un principio serán una masa amorfa y aislada de otras similares. Una de las herramientas que tiene la burguesía contra estas uniones informales, es a la vez tentáculo del mismo sistema: la competencia, que vuelve inseguro el salario del obrero y provoca su alienación. El verdadero triunfo del obrero consistirá en la consolidación a largo plazo de su unión.

Lamentablemente el Estado ocupa un lugar secundario, resultando testigo mudo de los altercados entre ambos bandos y volviéndose inocuo, de ahí que no sea descabellado considerar que el proletariado ocupe su lugar ante el vacío de poder.

Sinteticen las líneas anteriores el espíritu del primer capítulo del Manifiesto Comunista, titulado: Burgueses y proletarios. La actualización que tuvieron tales pensamientos en los países de gobiernos capitalistas fue la creación de los sindicatos. En Estados Unidos, país que entró de lleno en el capitalismo durante la segunda mitad del siglo XIX, el movimiento obrero se aglutinó los últimos 15 años de dicho siglo, siendo su punto álgido la represión de parte del gobierno a los obreros de Chicago, que se levantaron en huelga precisamente un 1 de mayo de 1886, y con saldo fatal de cinco obreros ejecutados en la horca y tres más condenados a cadena perpetua.

Tres años después (1889) el Congreso Obrero Socialista convocado en La Segunda Internacional estableció la fecha mencionada como el Día Internacional de los Trabajadores. Es por lo tanto deplorable cómo la maquinaria del poder transformó, con los años, tan emotiva conmemoración en el “Día del Trabajo” rindiendo culto a la acción y no al ejecutor. Incluso, paradójicamente, en el país donde se desarrollaron los eventos, que posteriormente inspiraron la institución de la celebración, no existe tal, debido al temor del gobierno norteamericano de la época, de que se reforzase el movimiento socialista, y sustituido arbitrariamente por una conmemoración el primer lunes de septiembre, conocida como Labor Day.

Recayó, por tanto, en la responsabilidad de los sindicatos la defensa y lucha por los derechos básicos e inherentes al trabajador. En nuestro país, la C.T.M. hábilmente y a conveniencia de sus líderes, se dejó absorber por el partido en el poder desde tiempos del general Plutarco E. Calles (el actual PRI), con las consecuencias por todos conocidos y quedando en último lugar los propósitos originales por los cuales nacieron dichas centrales obreras. El poder corrompe definitiva y lamentablemente.

Acribilladas las ilusiones marxistas, comunistas, socialistas, leninistas, izquierdistas… Con el transcurso de los años, respecto al papel que debe jugar el obrero en la dinámica del gobierno de la sociedad en que vive, no está, por lo tanto, de más apelar a la nostalgia como un recurso para no dejar morir tales utopías.

¡Arriba, parias de la tierra! ¡En pie, famélica legión!
Atruena la razón en marcha: es el fin de la opresión. Himno de La Internacional

Vivir adrede, de Mario Benedetti

Después de varios años -no exagero- sin haber tenido entre mis manos o delante de mis ojos un «libro de literatura» terminé el 2012 retomando el hábito de la lectura a través de uno de mis escritores predilectos, Mario Benedetti, y una de sus obras que tenía ya algunos meses en la mira: VIVIR ADREDE.

Vivir adrede es una colección de breves ensayos (107) y frases reflexivas, catárticas o meramente lúdicas del poeta y escritor uruguayo publicada en 2007. Imagino de esas obras que ven la luz por «compromisos editoriales» y, en caso de haber sido así no desmerita en absoluto, pues si bien queda muy lejano a considerarse de entre lo mejor de la pluma de Mario, lo tenemos disponible para disfrutarse en pequeñas dosis mediante las cuales nos coloca más de una ocasión en jaque, disertación o simplemente de buen humor, como es el caso del ensayo titulado «Ascensor».

La avidez con la que retomé el gusto por leer me hizo despacharme la obra en cuatro tardes, resultándome tan digerible y ameno que lo recomiendo ampliamente a aquellos alejados de la lectura o deseen conocer la prosa de Benedetti (su poesía prescinde de cualquier presentación) sin adentrarse en la fogosidad de La tregua o Primavera con esquina rota. Comparto a continuación un extracto de «De palabra en palabra», uno de los ensayos que me resultó cautivador.

Uno de los trayectos más estimulantes de esta vida es el tránsito por el idioma. El pensamiento avanza de palabra en palabra. Es una senda llena de sorpresas y algunas veces totalmente inédita. Y cuando pasa a ser sonido, cuando cada vocablo coincide al fin con la voz que lo espera, entonces lo normal se convierte en milagro. Paso a paso, sílaba a sílaba, el idioma pasa a ser una revelación. Y qué placer cuando un prójimo cualquiera sale a nuestro encuentro, paso a paso también, sílaba a sílaba, y su palabra se abraza con la nuestra. Las maravillas y las impurezas emergen repentinamente del olvido y se introducen sin permiso en nuestro asombro. Gracias al idioma, sobrevivimos. Porque somos palabra, quién lo duda. El lenguaje es una bolsa de ideas, una metafísica que no tiene reglas, una propuesta que cada día es distinta. Al flanco de los cedros y los pinos crecen los nombres y las flores, porque el lenguaje es también un jardín.