Higos

Hay recuerdos que con los años olvidas que viviste, pero basta un estímulo para sacudir la memoria y transiten de nuevo frente a tus ojos. Me pasó esta tarde.

Paula, mi abuela, tenía una higuera en el patio de su casa. Desde abril le comenzaban a brotar de sus abundantes ramas unas gotas verdes, voluminosas, que con los días crecían hasta formar unos apetecibles higos. Bastaba apreciarlos maduros para tomarlos con tan sólo estirar la mano. Para los más altos era necesario emplear una pequeña escalera. Un recipiente repleto de ellos hacía morada en el refrigerador, y parecía mantenerse lleno por arte de magia, la cual desaparecía llegando el otoño y la higuera iba perdiendo paulatinamente sus hojas.

Hoy recordé la delicia de llevar un higo a la boca y masticarlo con suavidad y deleite, disfrutando su inigualable sabor, tan parecido a besar tu boca.

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RHiNO NEAL