Las 4 y 10

«Fue en ese cine, ¿te acuerdas?, en una mañana, Al este del Edén…», le resultó imposible evocar aquel momento mágico en el que, aprovechando un descuido de ella, le robó tremendo beso que luego de ser correspondido los invitó a abandonar la sala de proyecciones para continuar su entusiasta intercambio de caricias en un callejón contiguo. 14 años después el recuerdo permanecía vivo: el frío que sintieron en sus rostros luego de la intempestiva salida aquella mañana de enero de 1956 para ser detenidos brevemente por un inspector que prepotente les requirió sus carnets de identidad, el estrechar de sus manos mientras corrían algunos metros en dirección al espacio que les alejara por algunos instantes de los demás, sentir los abrazos apasionados calentándoles la sangre y olvidando de momento las difíciles circunstancias por las que atravesaba por esas fechas su país. ¿Qué podía importar si se tenían para ellos? Un par de semanas antes habían coincidido en una de tantas reuniones clandestinas organizadas furtivamente por el ala socialista más provocadora de la sociedad de alumnos de su universidad, y fue inevitable para él buscar toparse con ella accidentalmente al finalizar la misma para dirigirle la tan poco convincente pregunta de «¿Nos hemos visto en alguna otra parte?» que ella respondió con una brevísima pero alegre carcajada. Aceptó ser acompañada hasta donde tomaría el autobús que la llevaría a su casa y dejaron al destino la oportunidad de volver a verse, así que esa mañana que se volvían a encontrar en la entrada de un cineclub cercano a su Universidad se consideraron los jóvenes más afortunados de Madrid.

Viendo interrumpido su intercambio de cariño por un viejo más cascarrabias que Franco quien los increpó a gritos, salieron disparados de ahí y atravesando la calle decidieron verse de nuevo un par de horas más tarde, tiempo suficiente para que ella acudiera por unos libros a una biblioteca cercana y él cumpliera con su fastidiosa clase de francés. La heladería de la esquina resultaba el lugar ideal para la cita y se despidieron con un pronunciado beso que no podría envidiar en absoluto al más candente entre Rhett Butler y Scarlett O’Hara. Transcurrido ese tiempo, ella lo esperó más de hora y media en lo que devoraba las páginas de La peste de Camús, novela que había sacado a préstamo, lo que le impidió enterarse que la Universidad había sido asaltada por el ejército para sofocar cualquier intento de revuelta promovido por las células socialistas que en ella se albergaban; y él, había sido detenido injustamente y llevado a prisión con otros tantos estudiantes donde pasaron 48 horas incomunicados. No volverían a verse hasta esa tarde de 1970 que sin esperarlo se cruzaron mientras ella aprovechaba su receso laboral para comer y antes de volver en punto de las 4 de la tarde al almacén donde trabajaba. Entre prisas, nostalgia, y un escueto beso, volvieron a despedirse.

 

Luis Eduardo Aute (1943-2020)