Era la noche del 31 de enero del 2002. Regresaba en un diminuto vehículo Renault, al que se me subió no sin una buena dosis de dificultad pero a la vez con mucho humor y disposición, del templo de San Juan Bosco en el barrio de la Víbora al CIREN, localizado en Miramar, al extremo opuesto de La Habana. Por la hora el tráfico era escaso, pero el trayecto, alrededor de 40 minutos, fue suficiente para una de las conversaciones más interesantes que mantuve durante mi estadía de tres meses en la isla.
Recordaba el conductor, un hombre de entre 60-65 años, con un dejo de gran nostalgia el discurso de Fidel Castro un lejano 16 de abril de 1961, mediante el cual declaraba el carácter socialista de la revolución que llevó a los barbudos al gobierno cubano tras su entrada a la capital el 8 de enero de 1959, luego de tres años de guerrilla mantenida por combatientes refugiados en la Sierra Maestra, al oriente de la isla. La noticia no los tomaba por total sorpresa, en cuanto manifestación expresa de repudio al capitalismo yanqui. Desde las escaramuzas revolucionarias iniciales se evidenció el apoyo norteamericano al corrupto gobierno de Batista, no sólo de índole diplomática o comercial sino también militar. En un libro de las memorias del Che durante esos tres años en la sierra (disculpen que no cite el título, de momento me es imposible recordarlo), narra Ernesto una declaración de profundo odio y venganza de Fidel hacia el gobierno gringo tras un bombardeo en cual perecieron varios de sus estimados camaradas. No podemos basar en ello la radicalización de su postura ideológica, pero sí es un íntimo antecedente de lo que a posteriori sucedería al unirse Cuba al bloque socialista liderado por URSS, ganándose el levantamiento de fuertes y asfixiantes medidas políticas y económicas por parte de USA, mismas que se fueron recrudeciendo con los años. Basta la Ley Helms-Burton -aprobada en 1996- como botón de muestra.
No estamos ya en época de Guerra Fría. Cuba ha padecido enormidades desde la desintegración de la exURSS en 1990 y la entrada en el Período Especial. 25 años que se pronuncian fácil, pero en los que el régimen -con lo satanizado que ha sido- ha mantenido a flote algunos de los motivos de orgullo de la añeja revolución: el volverse potencia latinoamericana en educación, cultura, deporte y salud. Sí (y esto lo escuché en boca de un dentista cubano que guardaba tras de sí varias historias de espías y políticos rusos en la isla): puedes llegar a un centro de la salud y no encontrar una jodida aspirina para el dolor de cabeza, pero si te encuentran un tumor cerebral tienes la completa garantía de que serás atendido con el mayor profesionalismo y a un costo casi gratuito. Sí, era imposible «salir» con la comodidad que en cualquier otro país puede hacerse (y que en la praxis no resulta más que una posibilidad para pudientes), pero otros beneficios difíciles de concebir en los países de la región venían con ello. No es la ocasión para debatir los beneficios o desgracias que la revolución trajo a Cuba, comparto en su lugar las palabras de Galeano al respecto de ella:
En un mundo donde el servilismo es alta virtud, resulta raro escuchar la voz de la dignidad que representa Cuba. Esta revolución, castigada, bloqueada, calumniada, ha hecho bastante menos de lo que quería pero mucho más de lo que podía. Y sigue cometiendo la peligrosa locura de creer que los seres humanos no están condenados a la humillación de los poderosos del mundo.
Hoy 17 de diciembre del 2014 fuimos involuntarios testigos de un hecho inédito. Paralelamente, Obama para el pueblo norteamericano (y el mundo entero) y Raúl para el suyo, daban sendos discursos anunciando la gradual pero vehemente reanudación de relaciones diplomáticas y comerciales entre ambos países. No me voy a detener en explicarlas cuando los especialistas lo hacen mejor (En qué consiste el histórico plan para restaurar las relaciones de Cuba y EE.UU.) A mi manera de ver, si bien la medida incidirá directa -y paulatinamente- en la mejoría de las condiciones de vida en la isla, conlleva un beneficio menos palpable en materia pero más sustancial en esencia para Obama y su administración. Tras un año, quizá dos a partir de su reelección, que ha pasado prácticamente en el anonimato, el salir a dar este anuncio y declarar las arduas tareas que llevó por parte de las comisiones secretas que colaboraron en su confección, le confiere un aura de buen estadista que mucha falta le hacía, para pasar a los anales de la historia como «el presidente que levantó el embargo», coincidiendo -¿por casualidad?- con el desplome económico de Rusia y la incertidumbre que esto genera, sirviendo en su conjunto para reposicionar la imagen de potencia mundial de los gringos, bastante mermada, al tiempo que abre la oportunidad de inversión y explotación -aka mover dinero- en un mercado cuasivirgen. Además, si bien como presidente tiene potestad para dictar la entrada en función de algunas medidas, otras tendrán que pasar por la aprobación de las Cámaras, y si los republicanos -que son mayoría en el Senado- las rechazan, quedarán éstos como los malos del cuento. Por donde se le vea, una carambola de tres bandas para Obama.
Por otra parte, discrepo rotundamente de este tipo de opiniones: «El socialismo se volvió indefenso ante los ojos del monstruo». El embargo lo implementó USA, lo recrudeció USA, y lo está levantando USA; del lado de Cuba, el tablero se mantiene en apariencia igual (desde luego que en lo práctico no será así), al punto de declarar Raúl Castro en su discurso de este mediodía:
El heroico pueblo cubano ha demostrado, frente a grandes peligros, agresiones, adversidades y sacrificios, que es y será fiel a nuestros ideales de independencia y justicia social. Estrechamente unidos en estos 56 años de Revolución, hemos guardado profunda lealtad a los que cayeron defendiendo esos principios desde el inicio de nuestras guerras de independencia en 1868. Ahora, llevamos adelante, pese a las dificultades, la actualización de nuestro modelo económico para construir un socialismo próspero e sostenible.
Vuelve mi pensamiento a aquel maduro conductor del Renault, rondando ahora en los 80 años si mantiene la vida. En la bocanada de sorpresa que se habrá llevado al enterarse de la noticia de la década. Y, por encima de ello, tras asimilarla un poco, en la sensación de crudeza e impotencia al taladrarle la cabeza y mantenerse la frase como insistente punzada por el resto de sus días: «Entonces, ¿de qué sirvió?».