I
No encontramos a mi hermano. Hace un par de días salió a una marcha, de las tantas organizadas por los revoltosos de la UNAM, que nomás están chingando y lo que menos quieren es ponerse a estudiar y volverse personas de bien como uno. Es un vago hijo de la chingada, pero mi viejecita está preocupada porque no ha vuelto, y como hermano mayor me toca andar preguntando de hospital en hospital, delegación por delegación, si en algún lado tienen noticias de él.
Recuerdo cuando salió de casa, con sus fachas de siempre y su apariencia de me vale madre todo que me caga. Hijo de la chingada. Él no tuvo que chingarse en el campo, andar descalzo entre la milpa arrancando mazorcas, recoger a su padre tirado de ebrio afuera de la cantina. Por suerte el tío Alejandro, ya con unos años acomodado en la capital, le cumplió a su hermana la promesa de sacarla del rancho, y allá dejamos lo poco que teníamos, incluso al cabrón que nos dio la vida. A estos años de seguro ya murió de cirrosis hepática o alguna de esas chingaderas de las que suelen petatearse los borrachos.
Leí en el periódico de ayer que se pusieron feas las cosas. Y bien merecido se la tienen: fíjate que meterse con el gobierno, si serán pendejos. Más faltando pocos días para las Olimpiadas y que se llene la ciudad de deportistas y gente de todas partes del mundo. ¿No podían de dejar de chingar un ratito? ¿No valoran que tienen la oportunidad de estudiar, de progresar, de mejorar en la vida? No como uno que se hizo a golpe de chingadazos y miseria, que se levantó de lo más bajo y que nunca ha dejado de ver por su familia. Y así nomás a la cómoda andan ahí como mi hermano, protestando por no sé qué pendejadas hasta que le colmaron el plato a la autoridad, y aténganse a las consecuencias.
Pero este cabrón tiene tanta suerte que dudo le haya pasado algo malo. Y es tan guevón que seguro iba hasta mero atrás en la manifestación, entre esos que no alcanzaron a colarse a la plaza, donde según me contó una de las enfermeras del Xoco, sí hubo varios heridos y hasta muertos. ¿Quién chingados los trae en el mitote? Ya se las habían advertido y ahí van de nuevo. Si esas no son ganas de joder, no sé qué más puedan ser. Chamacos apendejados con las consigas de dos, tres lidercillos de clase acomodada, que con sus atuendos de intelectuales y aires de incomprendidos, copias baratas del Che Guevara, se atreven a hablar de las luchas sociales. Lúchenle en la obra, en la milpa, en la fábrica, de sol a sol hasta que las manos se les llenen de llagas y no quieran más que revolcarlas en harina pa’ descansarlas tantito.
Me encontré a una señora, derrumbada a lágrimas afuera de otro hospital que visité. Me dio curiosidad preguntarle por qué lloraba, pero alcancé a ver que abrazaba una mochila ensangrentada. Andan muchos papás igual que yo, desesperados, con la angustia de que sus chamacos hayan pasado a mejor vida o estén gravemente heridos. Si los hubieran educado mejor no andarían con esos pendientes. Pero seguro eran de los de “ándele mijo, no se deje, luche por sus ideales”. Y ahorita, a sufrirle. Pero qué chingados puedo decir yo, que ando en las mismas. Lo que hace uno por una madre.
Espero que al volver a casa ya esté mi hermano ahí. Seguro mi viejecita le va preparar unos molletes de frijolitos con chorizo mientras se baña, y se los va chingar muy horondo aventado en el sofá con las patas sobre la mesita de centro y viendo agustote la televisión. Lo agarro de los huevos al cabrón y lo pongo a recoger su cuarto que lo tiene como un chiquero. Y de ora en delante cuál permiso pa’ las marchas, pa’ los mítines. Que se dedique a estudiar que no tiene otra cosa en qué ocuparse, o lo mandamos de vuelta al rancho pa’ que aprenda lo que es la vida dura, faltaba más.
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Hace un año que no sabemos nada de mi hermano. Y mi viejecita sigue ahí en la sala, asomándose por la ventana, esperando que llegue para prepararle sus molletes de frijolitos con chorizo, esos que tan buenos le quedan a la condenada.