Entre lo poco que en esta contingente vida merece la pena, está tener en la manos el corazón de alguien, que de paso resulta tremenda tarea.
Con la premisa de que un corazón no puede andar dejándose en cualquier parte, imagine que necesita atar las agujetas de sus zapatos. ¿Qué hará mientras? ¿Colocarlo en cualquier mesita o estante cercano? Se corre el riesgo de que éste ruede y caiga al suelo, lastimándose. Eso si no pasa algún malhora que ose tomarlo y correr con él.
Pensando en la infinidad de tropiezos que cuidar un corazón ajeno puede involucrar, encontré la solución perfecta para todo inconveniente, además de conseguirle el mejor de los lugares para el resto de los días que tenga a menester palpitar: colocarlo junto a otro corazón, de preferencia el propio, para que ambos -con el tiempo- aprendan por contacto y cercanía cuidarse mutuamente, hasta cuando ya no.
que bello Victor!
Está padre!