Estamos viviendo el tiempo que nos queda. No hay otro, éste es el que tenemos, y sin darnos cuenta a cada segundo que pasa lo consumimos, erosionamos, agotamos, hasta el irremediable destino (para algunos «fatalidad») de encontrarnos con los muertos que lloramos. No es queja —diría—, es lo más certero que tenemos desde que nos asomamos al mundo desprendidos del útero materno, nuestra primera gran y sufrible pérdida. Mientras, que sigamos encontrando motivos (o pretextos) para reír, soñar, construir, recordar, amar. Un día a la vez, por el tiempo que nos queda.