En la vida como en el fútbol, la lucha sigue

La tarde del martes 5 de julio de 1994 sigue fresca en la memoria de muchos.

Luego de no haber participado en el Mundial de Fútbol Italia ’90 por la sanción recibida a raíz del caso de los cachirules, el seleccionado mexicano, clasificado sin problemas en la zona,  conseguía superar y como primer lugar la fase de grupos del Mundial USA 94, en donde tuvo como rivales a las aguerridas escuadras de Irlanda, Italia y Noruega.

Enfrentar a la no menos capaz Bulgaria en la ronda de 8avos, si bien no resultaría un flan, avistaba la posibilidad de quedarse con la victoria y llegar por primera vez a la etapa de 4tos de final -el tan anhelado quinto partido– en un Mundial organizado fuera del México.

La escuadra búlgara, por su parte, rivalizó en la fase de grupos con Bulgaria, Argentina y Grecia, calificando a 8avos como segundo, por debajo de Nigeria y empatada en puntos con el seleccionado albiceleste, aunque jugando a su favor el resultado directo entre ellos, favorable 2-0 a los encabezados moralmente por Hristo Stoitchkov, y que además contaban como referentes con Emil Kostadinov y Krasimir Balakov.

El enfrentamiento estaba pactado celebrarse en el Giants Stadium de Nueva York, y de antemano se especulaba que el intenso calor pronosticado para la hora del encuentro mermaría el rendimiento de ambos equipos, inclinándose ligeramente la balanza en favor de los nuestros. Los pronósticos de un partido trabado, deslucido, de mucho contacto y poco fútbol no estuvieron errados, pero sorpresivo resultó que los búlgaros se adelantaran en el marcador apenas al minuto 6 de acción por conducto del mismísimo Stoitchkov. Sin embargo, 12 minutos después, al 18 de juego, Alberto García Aspe se encargó de emparejar los cartones mediante el certero cobro de un penal marcado tras una falta dentro del área a Luis García.

El resto del tiempo reglamentario transcurrió sin movimiento en el resultado pero sí de número de jugadores en el terreno de juego, tras las expulsiones de Sirakov y Kremeliev (18′ y 51′), y de García Postigo al 58’.  Ambos estrategas, en una medida hasta la fecha considerada timorata, decidieron no realizar ningún cambio en la alineación –aún se recuerda la insistencia de Hugo Sánchez a Mejía Barón en la banca mexicana para que contara con sus habilidades futbolísticas en pos de ganar el encuentro-, y así llegaron hasta los 120 minutos tras consumarse los dos tiempos extras de rigor.

Para la anécdota, luego de un cobro de tiro de esquina a favor de Bulgaria, el mediocampista mexicano Marcelino Bernal se estampó contra la red averiando uno de los travesaños que la sostenían de la portería defendida por Jorge Campos, para luego de un par de minutos llegar Zague a solucionar el percance. Con singular apremio colgó la red al poste de una cámara cercana al lugar de los hechos, lo cual, claro, sirvió sólo para el chascarrillo y evidenciar el ingenio del espigado delantero de ascendencia brasileña en lo que la averiada portería fue sustituida por otra de respuesto.

El calificado a 4tos de final llegaría entonces a través del cobro de la correspondiente tanda de penales. La diosa fortuna decidió que comenzaran las ejecuciones la selección mexicana, tomando el primer turno el cobrador oficial García Aspe. Los corazones de millones de mexicanos –incluyendo el mío, desde luego- palpitaban con ilusión, esperando que el botín de mediocampista surgido de la todavía gloriosa cantera de Pumas de la UNAM, guardara la primera combinación para acceder a la siguiente ronda. El enfundado con la playera número 8 coloca el balón en el manchón de cobro, retrocede tres pasos solamente fiel a su costumbre, se encamina con decisión hacia el esférico y conecta con tal enjundia pero deficiente manera que manda la pelota a las tribunas. La maldición comenzaba a orquestarse.

El resultado final de esos malditos penales fueron un tanto a favor de México, a cargo de Claudio Suárez, y tres consecutivos de los búlgaros –tras el primero atajado por Campos-, que clavaron la puntilla de la eliminación. A la postre, el Tri ocupó el lugar 16 de la justa a cambio del cuarto alcanzado por los búlgaros, que tras vencer a Alemania en su siguiente partido, fueron derrotados por los italianos en semifinales y luego por el equipo sueco en el encuentro para definir el tercer lugar. Aquel Mundial en tierras gringas vio coronarse a Brasil, que alcanzó con ello su tetracampeonato, a costa de la escuadra azurra, combativa hasta el fin y llevando el partido a definirse en penales, con marcador favorable a los sudamericanos 3-2.

¿Por qué recordarlo? Porque hoy, al igual que hace casi 20 años (a cumplirse el próximo sábado), estuvimos también a minutos de la gloria. No fue bajar los brazos, no fue la falta de determinación, no fue la incompetencia a lo largo del juego lo que nos alejó de ella. ¿Entonces? ¿Cómo explicar que estando tan cerca del triunfo, éste se esfume tan indignamente de las manos? Quizá -dice ella- «alguna maldición tenochtitla estamos cargando los mexicanos, que ni en un partido se nos hace». Ante lo sorprendido que aún me encuentro, lo creería posible.

Sin embargo, no hay margen para el lamento. Ya lo hicismos lo suficiente ante las derrotas anteriores que valdría ahorrarnos esta ocasión el momento plañidero para, motivados por el dolor, reconocer nuestros errores y buscar lo más pronto la siguiente oportunidad de revancha. Y ojo, que no digo sumergirnos en un espíritu de buenrollista y motivacional falto de soporte, digo alimentarnos del dolor para, a la par de lamer las heridas, no detener en una derrota la ambición por ser cada día mejor en lo que hacemos, en lo que amamos, en lo que luchamos.

Se lo digo a los catorce futbolistas que se partieron la madre esta tarde en la cancha; a los millones de aficionados que nos alegramos y sufrimos 17 días con ellos desde el primer encuentro contra Camerún; y me lo digo, me lo grito a mí, a mis 35 años cumplidos, para no desfallecer en lo que se venga por delante. La lucha sigue.