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Y una tarde de domingo abres tu laptop, el navegador, te diriges al Chrome. Abres Drive, vas a la carpeta que tiene varios años guardando una colección de fotos que pasas a ver muy de vez en cuanto pero que te gusta tener porque te recuerdan ese mes que sentiste feliz con el cariño de esa mujer tan bonita, tan inteligente, tan sabrosa. Que te movió el tapete al darte su tiempo, su atención, su intimidad sin importarle no conocerte del todo, bastándole lo que vio de sinceridad —también de tristeza— en el brillo de tus ojos.

Pero como varias veces atrás, y más por venir (ahora desde el futuro lo sabes) no fue suficiente, quizá nunca lo sea. Y sigues acumulando tristeza en los ojos, y brillo sincero para quien quiera iluminarse en ellos. Das un último repaso a las selfies que te envió y las fotos que le tomaste y se tomaron. Te sales de la carpeta, la seleccionas y das clic en el icono de Borrar. En un par de segundos liberaste unos megas de tu almacenamiento digital, esperando a que también se liberen del apego y la memoria.