En enero del 2001, a dos meses de haber salido del trance hospitalario en el que estuve desde el 9 de agosto hasta el 2 de noviembre previos, recibí como regalo de Reyes Magos la asignación del Padre Jaime Reyes Retana a la Parroquia de María Auxiliadora, en mi natal Guadaluoe, para cumplir entre sus actividades pastorales lo que llamaré sin eufemismo: mi cuidado.
Éste lo ejerció prolijamente, en muchos sentidos y de tan incisiva manera que aún perdura la huella de su hermandad durante su paso por acá; tanto que se sembró la semilla que 9 años después germinó en forma del nacimiento de Don Bosco Sobre Ruedas.
Lo traigo a la memoria porque fue gracias a Jaime que volví a tomar un libro entre las manos, y más que nada entre los ojos y la mente, haciendo esfuerzo por detenerlo en la reeducación que iba haciendo del manejo de mis brazos, con unas manos sin prensión y extensión. Yo no le encargué ninguno en particular; fue el quien un frío día de enero llegó con algunos, como a veces llegaba con su guitarra, otros con un ajedrez, otros con su canasta de ideas y ocurrencias para animarme…
Y entre ellos, nunca le he preguntado si alevosamente, el de «Primavera con una esquina rota» de Mario Benedetti. Hace un montón de años hice un pequeño relato de su vinculación conmigo, y junto al párrafo de sus páginas que más me cimbró, considero oportuno acercar.
Primera publicación: 1982
Mi encuentro con él: a Jaime me lo trajeron los reyes magos de regalo en enero del 2001, apenas a 2 meses de estar viviendo de nuevo en casa después del accidente; entre las diversas chucherías que sacó para entretenerme (léase revitalizarme) de su cofre de tesoros ambulante estuvo esta novela que me sedujo con el sólo hecho de ser la primera prosa que leería del autor de mis poemas básicos “Táctica y estrategia” y “Hagamos un trato”. Cuando llegué a la parte del fragmento que transcribo abajo, la expropié. Todos somos Santiago.
Cuando uno tiene que estar irremediable fijo, es impresionante la movilidad mental que es posible adquirir. Se puede ampliar el presente tanto como se quiera, o lanzarse vertiginosamente hacia el futuro, o dar marcha atrás que es lo más peligroso porque ahí están los recuerdos, todos los recuerdos, los buenos, los regulares y los execrables. Ahí está el amor, o sea está vos, y las grandes lealtades y también las grandes traiciones. Ahí está lo que uno pudo hacer y no hizo, y también lo que pudo no hacer y sí hizo. La encrucijada en la que el camino elegido fue el erróneo. Y ahí empieza la película, es decir, cómo habría sido la historia si se hubiera tomado el otro rumbo, aquel que entonces se descartó. Generalmente, después de varios rollos uno suspende la proyección y piensa que el camino elegido no fue tan equivocado y que acaso, en igual encrucijada, hoy la elección sería la misma.
Pues hace días en un acto conmemorativo me regalé una edición viejita de «Primavera con una esquina rota», con la misma portada de aquella que leí a comienzos del 2001. Es la cuarta edición mexicana de 1985 por Nueva Imagen. Su portada es una reja que en su tejido forma la figura de una paloma, y al fondo se observa una pared (el muro de la cárcel) y una especie de canasta de basquet con una margarita deshojándose en lugar del aro. Mamá me ayudó a hacer el unboxing y con ello cierro el relato.
Excelente historia