«Debo darme prisa», se repetía con insistencia desde hacía un par de horas, momentos después de haber apuñalado a su compañero de trabajo por una discusión trivial sobre el resultado de un partido de fútbol a celebrarse dentro de dos días. Si no conseguía deshacerse del cuerpo antes de las 6 de la mañana en la que se diera el relevo de guardia en su zona laboral sería irremediablemente descubierto. Pero, ¿cómo «desaparecer» a un ser humano de 1.85 metros de altura y casi 100 kilogramos de peso sin dejar el menor de los rastros, y además, sin abandonar la fábrica en la que trabajaba como velador? De inmediato se le vino una macabra idea a la mente, recordando uno de los capítulos de la serie de televisión Breaking Bad: disolverlo en ácido para posteriormente arrojar sus restos por el drenaje. Por fortuna contaba con la llave de una de las bodegas donde se almacenaban productos peligrosos, así que no resultaría tan complicado hacerse de la materia prima necesaria para tal acto de desaparición. Luego de ir hasta ella para retirar un de par de cubetas de ácido, material empleado en la fábrica en abundantes cantidades para el pulido perfecto de los cilindros metálicos que producían, se dirigió hasta los basureros para desocupar algún tambo de plástico en el cual colocar el cadáver con el fin de proceder a su desintegración. «Pinches cosas que aprende uno en la televisión», no podía sino pronunciar entre incrédulo pero a la vez animado por conseguir salir impune de su flagrante si bien no intencionado crimen. La parte más difícil llegó cuando luego de arrastrar el cuerpo de su compañero hasta una alcantarilla en uno de los rincones menos transitados de la fábrica en la cual vertería los desechos, se percató que por la dimensiones del recipiente a usar se vería en la necesidad de desmembrar el cuerpo, más el apresuramiento al que estaba sometido no le permitió perder tiempo para dirigirse hasta el cuarto de herramientas y extraer un serrucho con el cual pudiera dar paso a tal acción, que concretada, le permitió ahora sí llevar a cabo el penúltimo movimiento de su plan maestro. El ácido no tomó más de 30 minutos en llevar a cabo su tarea, mismos que aprovechó para tomar una siesta, pues vaya que el ajetreo y cansancio que la inusitada labor que estaba efectuando la demandaba. Luego de verter los restos del asesinado por la coladera roció sobre ella abundante agua con una manguera, aprovechando también para lavar el tambo y colocarlo de nuevo en su lugar, al igual que el serrucho. Siendo las 5:58 am se acercó hasta la puerta de salida, tomó su tarjeta y la marcó en el reloj checador. Una jornada más de trabajo había terminado.
* Colaboración para la Semana 3 en escritosemanal.com.