Contigo

¡Ya tengo los boletos! Me escribiste, sin que las palabras hicieran justicia a la alegría que te llenaba. Después de un año complicado para los dos, incompatibilidad de agendas y vuelos cancelados de último momento, parecía que por fin tendríamos la oportunidad de conocernos, pasar un par de días juntos, y mejor aún, coronar este encuentro disfrutando la música de Joaquín Sabina nada menos que en el Auditorio Nacional.

Llegó el día previo y la maquiavélica aura se hizo de nuevo presente. Decidiste llamarme -pensaste que era más prudente que un mensaje de Facebook-, y respondiste a mi Hola, qué gusto, ¿todo bien? con un breve y contundente No…no te espantes. Sólo que llegaré al DF hasta las 7. Jalé aire, contuve el asombro y respondí El concierto empieza a las 9, así que ¿magnífico, no? Sabíamos que parte del plan capitalino, desde esperarte a las 10 am en la Terminal de Tapo, se veía frustrados. Pero aún nos quedaba el concierto. Y pasar la noche juntos. ¿Qué importaba lo demás?

Llegué el sábado temprano al DF, aproveché el cambio de planes para algunos asuntos pendientes, estuve en contacto contigo esperando que fluyera tu día sin contratiempos, y me emocioné cuando cuando pasadas la 1 pm me escribiste ¡Liberada! Rumbo a la central. En cuestión de horas estarías en la Ciudad de México y podría abrazarte, tomarte de las manos, acariciar tu cabello, tu rostro, sentir el irradiar de tu alma a través de cada centímetro de tu cuerpo.

5:15 pm, yo terminando de comer con La Chata en El Cardenal de la Alameda -encuentro que se volvió entrañable hábito con los años-, tú en algún punto de la geografía poblana, y en mi celular una notificación de mensaje. Hubo un choque, fila enorme, tráfico detenido… Ahora fui yo el que decidió llamarte, siempre escuchar tu voz me había provocado tranquilidad, y hacerlo fue más para conseguirlo que para infundirte ánimo. Hola guapa, seguro en cualquier momento se desahoga… además, va comenzar con las nuevas, llegamos a lo mero bueno. Tu risa ante mi forzada racionalidad del contratiempo y tratar de ver el vaso medio lleno mantuvo la ilusión, que se veía pospuesta algún tiempo más.

Seguiste por un par de horas informándome el status de tu avance en la carretera, sin conseguir que se reflejará nuestra preocupación en kilómetros recorridos. Por fin, cerca de las 8 de la noche el tráfico puso de su parte, asomándose la ligera esperanza de no perder el concierto. Me acerqué a la central y aguardé tu llegada sin prestar atención al reloj, reto que nos propusimos para no agregar más tensión al desenlace del día.

De nuevo, un mensaje tuyo. Estamos entrando en la central. Me contuve de ver la hora, y los minutos que tardaste en aparecer en el lugar donde te esperaba fueron más largos que el tiempo transcurrido desde mi llegada a la ciudad.  Te acercaste al taxi, subiste de inmediato, me diste un beso apresurado y nervioso, respondí de la misma forma pero bastó que nuestras manos se encontraran para que volviera la paz por varias horas ausente.

El camino desde Tapo hasta Reforma, un sábado por la noche cualquiera es de aproximadamente 28 minutos. Esa noche Sergio se encargó de volverlos 20, y un par más que le tomó bajarme de su taxi adentro del estacionamiento del Auditorio. Bastaba subir el ascensor, rodar hasta la puerta 8 y ocupar nuestro lugar. Seguíamos sin saber la hora ni qué canción nos recibiría al entrar.

Para mi sorpresa -y seguro también la tuya- coincidió nuestra entrada con un breve speech de Sabina, que dio paso a su siguiente canción, que escuchar sus acordes nos hizo apretar nuestras manos, mirarnos a los ojos y ahora sí, con la calma y gozo que ameritaba el momento, darnos el beso debido. Todo mientras de fondo escuchábamos a Sabina cantar…

«Yo no quiero un amor civilizado,
con recibos y escena del sofá… 🎵». 

******

Fotografía por Nora Antonio