Vejez

La veo cruzando la calle. Consumándose por la edad. Necia, terca, intransigente, odiosa.

El destino no la premió como llegó a pensarlo. Sus últimos días -lo sabe- son repugnantes, tediosa repetición de ritos inútiles que realiza con torpeza. Brazos y piernas flácidas revistiendo un esqueleto endeble y atacado por la osteoporosis la vuelven lo más cercano a un espectro humano. ¿Hasta cuándo? Sólo su corazón lo sabe.

Despierta. Aunque sea una falacia, porque hace años que no tiene una buena noche de sueño. Las horas le pasan inundadas de recuerdos de su infancia y las más fútiles divagaciones. Las pocas veces que sale de la colonia le atormenta haber olvidado cerrar la puerta, el gas, el portón. Cerrar. Cuando lo que quisiera ya cerrar es con su vida.

Me veo viéndola cruzar la calle, consumándome por la edad. Necio, terco, intransigente, odioso. ¿Hasta cuándo? Sólo mi decisión lo sabe.

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VinothChandar

Coger

Después de amplias cavilaciones, abundantes momentos de discusión mental,  y claro, necesaria praxis para fundamentar las respectivas argumentaciones, puedo llegar a la conclusión de que la literatura no le hace justicia al bello acto de coger.

Es entendible: ¿cómo explicar una arte desde otra arte? Ni el más bello cuadro de Rembrandt podría transmitirnos la belleza que emana de una escultura de Miguel Ángel, como tampoco una sinfonía de Beethoven contendría la intensidad de una pieza teatral de Shakespeare. Al pan, pan, y al vino, vino. 145 tomos repletos de palabras de la colección Sonrisa Vertical podrán acercarse a delinearlo, pero el coger, y más si agregamos la variable «coger con alguien que estás queriendo», es sublime e indescriptible.

Así que ahórrese cavilaciones, discusiones mentales, y palabrería inútil. Si puede, coja, regale y comparta orgasmos, deshágase en la piel de otro. Y si no, hágale la lucha, no se arrepentirá.

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Corazón

Entre lo poco que en esta contingente vida merece la pena, está tener en la manos el corazón de alguien, que de paso resulta tremenda tarea.

Con la premisa de que un corazón no puede andar dejándose en cualquier parte, imagine que necesita atar las agujetas de sus zapatos. ¿Qué hará mientras? ¿Colocarlo en cualquier mesita o estante cercano? Se corre el riesgo de que éste ruede y caiga al suelo, lastimándose. Eso si no pasa algún malhora que ose tomarlo y correr con él.

Pensando en la infinidad de tropiezos que cuidar un corazón ajeno puede involucrar, encontré la solución perfecta para todo inconveniente, además de conseguirle el mejor de los lugares para el resto de los días que tenga a menester palpitar: colocarlo junto a otro corazón, de preferencia el propio, para que ambos -con el tiempo- aprendan por contacto y cercanía cuidarse mutuamente, hasta cuando ya no.

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A. Pagliaricci ♦

*Texto editado -y acotado- de otro escrito el 8 de julio del 2013

Pasión

Puedo escribir los versos más cursis y románticos esta noche.

Pero también los más apasionados, llenos de lujuria y deseo.

Volcar en palabras la ansiedad de mis manos por recorrer tu cuerpo, pasear sin el menor recato por tu piel buscado los puntos exactos en los que la más ligera caricia provoca que una intensa descarga te fulmine.

Escribir deseando que cada letra sea un mordisco, un rasguño, una nalgada, un  beso que ultraje tu boca y ponga nuestras lenguas a danzar al ritmo del delirio incontenido en el que vamos sumergiéndonos a la par de ir quedando desnudos uno junto al otro.

Saborear a la distancia el recuerdo de nuestros arrebatados encuentros, y maquilar el próximo en el que mis manos, mi boca, mi piel y mis ganas te posean y me deje poseer, despacio, como nunca, hasta el mutuo orgasmo que consuma de toda ansiedad.

Ya quiero. ¿Quieres?

Dices

Dices que ahora sí vas a trabajar, dices que te va alcanzar el tiempo.

Dices que este día sí va ser mejor que el de ayer, que te vas a librar por fin de la mala racha.

Dices y dices.

Y resulta que fuera de lo previsto, te pasa lo impensable.

La coincidencia no esperada, desastrosa, nefasta, madreadora.

Estuviste en el lugar incorrecto en el momento no deseado y te fue imposible moverte al instante de la tragedia.

Te sientes fulminado por un rayo, ahogado por una inmensa ola, calcinado por el más insolente rayo de sol.

Recuerdas tus decires, tus deseos, tus intenciones, tus buenos propósitos, tus ‘ahora sí’.

Y los ves evaporarse, escuchas cómo se estampan contra el suelo, cómo el destino indómito se atreve a pisotearlos.

Puedes ahogarte en el lamento, sumirte en la miseria. Puede levantarte, sacudirte y reemprender el vuelo.

Tú decides. Pero decide.