¿Por qué no alcanzamos el quinto partido? Todo es culpa de los publicistas  

*Artículo redactado el 22 de junio en vísperas del partido México-Croacia, y cuando se jugaba aún la fase de grupos del recién celebrado Mundial Brasil 2014*

Llegó el tan esperado por muchos 12 de junio, fecha pactada para el silbatazo inicial del Brasil – Camerún, partido con el cual dio arranque una edición más del Campeonato Mundial de Fútbol, asignado desde hace 10 años a Brasil. Reconocido en el mundo por la habilidad de sus habitantes para la práctica de este deporte, el anfitrión es considerado como el gran favorito para levantar la tan codiciada copa por sexta ocasión en la historia de esta celebración, que se remonta a 1930 en Uruguay.

 A pesar del dolor que pueda provocar a los más románticos, con el paso de los años lo deportivo quedó reducido al no tal puntual seguimiento de las reglas establecidas para su práctica, dictaminadas desde antaño por la  International Football Association Board. Hablando propiamente de la justa mundialista, cualquier milímetro (desde los vistosos tachones que portan los jugadores hasta los onerosos elefantes blancos en que terminarán convertidos algunos estadios construidos exprofeso para el evento) es aprovechado para la máxima explotación comercial. Para dimensionar, se estimaba en una pérdida de hasta 600 millones de dólares el que la selección mexicana no alcanzara su calificación. Multiplique eso en mayor/menor escala por 32 países -quizá descartando algunos que no se toman el fútbol tan en serio como Australia- para tener una vaga idea de las descomunales cifras que giran en torno al arbitrariamente denominado «juego del hombre».

Resulta por tanto natural pensar que los publicistas y creativos involucrados en que las marcas se empapen del espíritu mundialista y contagien  en el destinatario de su anuncio del fervor que despierta la disputa del torneo, dejaran la camiseta en el terreno de juego, invirtiendo sangre, sudor y lágrimas para que sus anuncios superen la fase de grupos y se cuelen a las instancias finales. Que sus anuncios jueguen el quinto partido, ese que tanto se le ha negado a nuestro seleccionado edición tras edición.

Por desgracia, haciendo una revisión de los anuncios disponibles en TV e Internet dirigidos al mercado nacional, podríamos sospechar la causa del porqué el fracaso de la selección azteca en conseguir tal propósito: NOS FALTA PONERLE HUEVOS. Sí, eso que tanto ha cacareado el técnico Miguel Herrera a través de Twitter (#MéxicoLindoYQuéhuevos) es la materia prima ausente en los comerciales que diferentes marcas han estado transmitiendo desde semanas antes de arrancado el Mundial. Una colección de clichés carentes de la menor gracia y novedad, omisión de elementos que lleven al espectador a conectar con lo que está presenciando, lamentable carencia de emotividad y sentimientos que hagan hervir el interior de quien por error o mera pereza dedicó 30 segundos de su vida a prestar atención al televisor durante su transmisión.

No es el propósito dictar una cátedra sobre «Manejo de emotividad en publicidad para eventos deportivos» (tampoco es mi campo, cabe decirlo), pero resulta suficiente ver un par de anuncios comerciales para caer en cuenta qué tan lejos están los publicistas nacionales de apoyar con su trabajo al Tri. ¡Así cómo carajos llegaremos al quinto partido! El primero de ellos del Banco de Chile, subido a su cuenta de Youtube el pasado 27 de mayo y que alcanzó dos millones de visitas en menos de dos meses:

En contraparte, el de uno de los patrocinadores del seleccionado mexicano con mayor presencia en los espacios comerciales de televisión, y además reconocida y consolidada empresa en su ramo: BIMBO; anuncio colgado en Youtube desde el 9 de mayo, con apenas poco más de 6,500 visitas en dos meses.

Salvo honrosas excepciones, como en el caso de un comercial de Yale lanzado el 28 de mayo y ya con 63,000 visitas en siete semanas, el común denominador de los anuncios elaborados para transmitirse en México con motivo mundialista distan mucho de ser auténticos ejemplos de calidad en cuanto los requerimientos mínimos que pudieran esperarse. ¿Falta de respeto al consumidor? ¿Ignorancia de lo que se está haciendo en otros países? ¿Muy escaso conocimiento de la materia? ¿Pleno desinterés en desarrollar un producto que vaya más allá de los recursos ya empleados? Baste recordar el comercial de Pepsi México que congrega a tres en otrora estrellas del fútbol nacional y morirnos de pena ajena.

No podría estar completo este artículo sin brindar reconocimiento a quien lo merece: Argentina. Si bien su representativo nacional no ha levantado la copa desde México 86, y desde Italia 90 que fueron vencidos en la final por Alemania no han superado la ronda de Octavos de final, sus publicistas Mundial tras Mundial se juegan el físico poniendo toda la carne sobre el asador, sin guardarse el menor elemento de creatividad y emoción que genere una indisoluble conexión entre el anuncio, el espectador, y el equipo argentino.

Ante lo difícil de decidir entre la variada producción (buscando en Youtube comerciales argentinos mundial 2014), para muestra un botón, el de la cervecera Quilmes, colgado en Youtube el 10 de mayo y con más de un millón cien mil visitas en dos meses:

Es posible que tal enjundia de los creativos argentinos tenga su origen -como reza este último spot- en que son un pueblo que inventó algo mejor que el fútbol: el amor al fútbol. Mientras que en México éste sólo sirve como un entretenido distractor para la población, y sea de paso el Mundial aprovechado por sus representantes como la perfecta cortina de humo para acomodar las deliberaciones de las reformas con las que están hipotecando al país. ¿Será?

Voy a cavar un pozo

Voy a cavar un pozo para aventarle las palabras que me provocas. Tomar una pala, echármela al hombro y lanzarme al monte. Buscar el llano más lejano, recóndito, perdido, invisible a cualquier mapa. Palear hasta desfallecer y vomitar mis letras en su interior, vueltas oraciones de devoción, deseo, ansiedad por tenerte. Sacarlas de mi sistema, evitar que se me pudran en la entrañas. Desahogar los impulsos que sin piedad me carcomen ante la impotencia de no abrazarte en una mirada y desnudarte con un suspiro. Limpiar sangre y venas de la concupiscencia enajenante que me provocas. Despojar mis pulmones del oprimido grito de un te amo perdido en la inmensidad de la nada. Entonces, limpio y desintoxicado, acercarme a ti con la curiosidad, temor y asombro con el que se empieza a recorrer un camino nuevo. Y así, terminar de aprender que en el amor no hay nada aprendido.

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 Imagen: IronRodArt – Royce Bair («Star Shooter»)

Colaboraciones 2014

Comparto los enlaces a diversas colaboraciones con las que he venido contribuyendo este 2014:

Contrasentido

Dis-capacidad.org

Pálido Punto de Luz

Regeneración

Reversa

En la vida como en el fútbol, la lucha sigue

La tarde del martes 5 de julio de 1994 sigue fresca en la memoria de muchos.

Luego de no haber participado en el Mundial de Fútbol Italia ’90 por la sanción recibida a raíz del caso de los cachirules, el seleccionado mexicano, clasificado sin problemas en la zona,  conseguía superar y como primer lugar la fase de grupos del Mundial USA 94, en donde tuvo como rivales a las aguerridas escuadras de Irlanda, Italia y Noruega.

Enfrentar a la no menos capaz Bulgaria en la ronda de 8avos, si bien no resultaría un flan, avistaba la posibilidad de quedarse con la victoria y llegar por primera vez a la etapa de 4tos de final -el tan anhelado quinto partido– en un Mundial organizado fuera del México.

La escuadra búlgara, por su parte, rivalizó en la fase de grupos con Bulgaria, Argentina y Grecia, calificando a 8avos como segundo, por debajo de Nigeria y empatada en puntos con el seleccionado albiceleste, aunque jugando a su favor el resultado directo entre ellos, favorable 2-0 a los encabezados moralmente por Hristo Stoitchkov, y que además contaban como referentes con Emil Kostadinov y Krasimir Balakov.

El enfrentamiento estaba pactado celebrarse en el Giants Stadium de Nueva York, y de antemano se especulaba que el intenso calor pronosticado para la hora del encuentro mermaría el rendimiento de ambos equipos, inclinándose ligeramente la balanza en favor de los nuestros. Los pronósticos de un partido trabado, deslucido, de mucho contacto y poco fútbol no estuvieron errados, pero sorpresivo resultó que los búlgaros se adelantaran en el marcador apenas al minuto 6 de acción por conducto del mismísimo Stoitchkov. Sin embargo, 12 minutos después, al 18 de juego, Alberto García Aspe se encargó de emparejar los cartones mediante el certero cobro de un penal marcado tras una falta dentro del área a Luis García.

El resto del tiempo reglamentario transcurrió sin movimiento en el resultado pero sí de número de jugadores en el terreno de juego, tras las expulsiones de Sirakov y Kremeliev (18′ y 51′), y de García Postigo al 58’.  Ambos estrategas, en una medida hasta la fecha considerada timorata, decidieron no realizar ningún cambio en la alineación –aún se recuerda la insistencia de Hugo Sánchez a Mejía Barón en la banca mexicana para que contara con sus habilidades futbolísticas en pos de ganar el encuentro-, y así llegaron hasta los 120 minutos tras consumarse los dos tiempos extras de rigor.

Para la anécdota, luego de un cobro de tiro de esquina a favor de Bulgaria, el mediocampista mexicano Marcelino Bernal se estampó contra la red averiando uno de los travesaños que la sostenían de la portería defendida por Jorge Campos, para luego de un par de minutos llegar Zague a solucionar el percance. Con singular apremio colgó la red al poste de una cámara cercana al lugar de los hechos, lo cual, claro, sirvió sólo para el chascarrillo y evidenciar el ingenio del espigado delantero de ascendencia brasileña en lo que la averiada portería fue sustituida por otra de respuesto.

El calificado a 4tos de final llegaría entonces a través del cobro de la correspondiente tanda de penales. La diosa fortuna decidió que comenzaran las ejecuciones la selección mexicana, tomando el primer turno el cobrador oficial García Aspe. Los corazones de millones de mexicanos –incluyendo el mío, desde luego- palpitaban con ilusión, esperando que el botín de mediocampista surgido de la todavía gloriosa cantera de Pumas de la UNAM, guardara la primera combinación para acceder a la siguiente ronda. El enfundado con la playera número 8 coloca el balón en el manchón de cobro, retrocede tres pasos solamente fiel a su costumbre, se encamina con decisión hacia el esférico y conecta con tal enjundia pero deficiente manera que manda la pelota a las tribunas. La maldición comenzaba a orquestarse.

El resultado final de esos malditos penales fueron un tanto a favor de México, a cargo de Claudio Suárez, y tres consecutivos de los búlgaros –tras el primero atajado por Campos-, que clavaron la puntilla de la eliminación. A la postre, el Tri ocupó el lugar 16 de la justa a cambio del cuarto alcanzado por los búlgaros, que tras vencer a Alemania en su siguiente partido, fueron derrotados por los italianos en semifinales y luego por el equipo sueco en el encuentro para definir el tercer lugar. Aquel Mundial en tierras gringas vio coronarse a Brasil, que alcanzó con ello su tetracampeonato, a costa de la escuadra azurra, combativa hasta el fin y llevando el partido a definirse en penales, con marcador favorable a los sudamericanos 3-2.

¿Por qué recordarlo? Porque hoy, al igual que hace casi 20 años (a cumplirse el próximo sábado), estuvimos también a minutos de la gloria. No fue bajar los brazos, no fue la falta de determinación, no fue la incompetencia a lo largo del juego lo que nos alejó de ella. ¿Entonces? ¿Cómo explicar que estando tan cerca del triunfo, éste se esfume tan indignamente de las manos? Quizá -dice ella- «alguna maldición tenochtitla estamos cargando los mexicanos, que ni en un partido se nos hace». Ante lo sorprendido que aún me encuentro, lo creería posible.

Sin embargo, no hay margen para el lamento. Ya lo hicismos lo suficiente ante las derrotas anteriores que valdría ahorrarnos esta ocasión el momento plañidero para, motivados por el dolor, reconocer nuestros errores y buscar lo más pronto la siguiente oportunidad de revancha. Y ojo, que no digo sumergirnos en un espíritu de buenrollista y motivacional falto de soporte, digo alimentarnos del dolor para, a la par de lamer las heridas, no detener en una derrota la ambición por ser cada día mejor en lo que hacemos, en lo que amamos, en lo que luchamos.

Se lo digo a los catorce futbolistas que se partieron la madre esta tarde en la cancha; a los millones de aficionados que nos alegramos y sufrimos 17 días con ellos desde el primer encuentro contra Camerún; y me lo digo, me lo grito a mí, a mis 35 años cumplidos, para no desfallecer en lo que se venga por delante. La lucha sigue.

San Vicente Leñero, ora pro nobis.

A Vicente -como a tantos otros escritores que se han colado a mi íntimo círculo de predilectos- lo conocí «algo grande» (tanto él, como yo). Y por conocer me refiero a cruzarme por vez primera con una de sus obras, mientras deambulaba en la Librería Universitaria de la UANL no con el mayor de los ánimos en busca de alguno de los libros de consulta que requería para mis estudios de Derecho, teniendo en aquel entonces 17 años de edad.

El título por sí mismo bastó para atraer mis ojos hacia él: «El evangelio de Lucas Gavilán». Contundente, explicativo, sátiro…; la breve reseña que acompañaba la contraportada fue el remate necesario para desembolsar el costo del libro -ignoro si encontré el que me llevó a pasear por aquella librería-, y en cuanto abordé el camión que me trajera de vuelta a casa comencé a consumir sus páginas, con tal sorpresa y regocijo por lo ameno de su lectura, lo atinado de sus analogías y la fresca, humorística e incluso reflexiva adaptación al mexicano del texto atribuido al apóstol Lucas casi 2,000 años atrás.

Posteriormente, en el atar cabos por conocer al recién descubierto autor de tan fabuloso texto, descubrí que el Leñero en cuestión también contaba en su haber con una novela titulada «Los albañiles», de la cual tenía la fortuna de conocer su formidable adaptación cinematográfica (dirigida por Jorge Fons). Además, colaborador en los guiones de Mariana, Mariana, Miroslava y El callejón de los milagros (sumándose posteriormente a la lista La ley de Herodes y El crimen del padre Amaro).

Ingeniero civil de profesión e inmerso en el mundo de las letras para ganarse la vida –según cuenta la Wikipedia, advierto-, posee Leñero, como lo tuvieron Monsivais y Pacheco, la virtud de retratar en palabras el espíritu dicharachero, popular, sabrosón vaya, del mexicano más común que corriente, y no por ello ausente de motivos para llenar de sabor a la vida y afrontar hasta con gusto las chingas cotidianas esperando el momento -que puede jamás llegar- de que le cambie la suerte.

Sigue viva en mí la imagen de aquel resucitado Jesucristo Gómez, que en el asiento trasero del microbús, le explica a un par de acompañantes «los misterios divinos» al tiempo que comparte con ellos unas sabrosas mandarinas, para después bajar de la unidad dejándoles henchido el corazón. Así me resulta pasar ante mis ojos cualquier texto de Leñero, gustoso de saborear y alimentar mi espíritu con su estilo, anhelante de poder también contar, algún día, con su gracia para narrar extraordinariamente hasta lo más ordinario.

Feliz cumpleaños, Maestro, muchos días d’estos más.