Libros leídos 2014

El pasado 2013 me propuse llevar un recuento de las películas vistas (que llevé a buen puerto hasta julio) y variando un poco la dinámica, ahora lo pretendo hacer con los libros leídos, actualizando mensualmente el siguiente listado.

Auster, PaulLa invención de la soledad (1982).

Baricco, AlessandroMr. Gwyn (2011).

Becerra, José CarlosBreve antología (2008)

Bioy Casares, Adolfo: Dormir al sol (1973).

Bradbury, RayZen en el arte de escribir (1990).

Cane, Miguel: Todas las fiestas de mañana (2007).

Frankl, ViktorEl hombre en busca de sentido (1946).

Fuentes, Carlos: Aura (1962).

García Ponce, Juan: La gaviota (1972)De ánima (1984).

Gudiño Hernández, Jorge: Con amor, tu hija (2011).

Guerriero, Leila: Una historia sencilla (2013).

Gutiérrez, Pedro Juan: Animal tropical (2000).

Ibargüengoitia, Jorge: Los relámpagos de agosto (1963).

Kafka, Franz: Cuentos completos (antología)

Kapuściński, Ryszard: Los cínicos no sirven para este oficio (2002).

Lavín, Mónica: Pasarse de la raya (2010), La casa chica (2012), Manual para enamorarse (2012), Cuento sobre cuento (2014).

Pacheco, José Emilio: El principio del placer (1972), Las batallas en el desierto (1981).

Paz, Octavio: El laberinto de la soledad (1950).

Poniatowsca, Elena: Querido Diego, te abraza Quiela (1978)

Ríos Gascón Iván: Luz estéril (2003).

Schlink, Bernhard: El lector (1995).

Simonnet, Dominique: La más bella historia del amor (2003).

Vásquez, Juan Gabriel: El ruido de las cosas al caer (2011).

Woolf, VirginiaUna habitación propia (1929).

 

La gloria está en los libros que leímos, las películas que aplaudimos y en las muchas veces que bailamos.

—Paco Ignacio Taibo II

Silvio y yo

En mis ene años palabreando, tienen antes ustedes el texto más extenso que hasta ahora he escrito. Al final del primer bloque de palabras encontrarán un salto de página para continuar en la siguiente -estando el texto compuesto por cuatro en total- acompañadas cada una por una alegre viñeta autoría de Ana Caballero (@LaAnadelNorte), a quien agradezco enormidades su colaboración.
*****

Mi primera vez

Conocí a Silvio Rodríguez y su música la tarde del Sábado Santo de 1996, contando con 16 años de edad. Aquella Semana Santa por segunda ocasión me había aventurado en compañía de otros amigos a viajar hasta la Sierra Mixe en el norte de Oaxaca, para mayor precisión a la localidad de Santo Domingo Tepuxtepec y rancherías aledañas, a poco más de una hora de camino en camioneta de San Pedro y San Pablo Ayutla, sede de la casa obispal de la región.

Habiendo regresado un día antes de la estancia por una semana en Loma Bonita, una de las rancherías más distantes de Tepux -manera cariñosa para referirse a la localidad arriba mencionada- y en la que poco faltaba para ver por las mañanas cruzar las nubes, me reencontré de nuevo con el resto de los integrantes de la delegación regiomontana (alrededor de 15 personas), y nos dispusimos a animar en compañía de los catequistas de la zona las celebraciones católicas alusivas a las fecha.

Como «refuerzo» para dichos eventos, capitaneados por el joven Padre Federico, contaríamos con la colaboración de Héctor El Loco, muchacho de alrededor de 25 años, tez blanca, cabellera larga, estatura mediana, en ese entonces delgado por la chinga que tenía metiéndose desde agosto del año pasado al animarse a participar durante 10 meses en la experiencia de voluntariado salesiano en aquella prelatura (tecnicismo para denominar una juridicción eclesiástica), desempeñando una variedad de actividades, desde impartir catecismo hasta ‘choferear’ cuando así se requería, entre los serpenteantes y angostos caminos -en aquel entonces aún sin pavimentar- de la región mixe, una de las etnias más valpuleadas económicamente del país, y reconocida en muchas latitudes del planeta por su virtuosismo musical que ha sido semillero de grandes talentos anónimos que integran numerosas bandas y sinfónicas en donde menos se pueda imaginar.

Me resulta necesario mencionar al Loco pues fue entre las pertenencias con las que él contaba en una pequeña habitación en la parte posterior del templo de Tepux donde me encontré con una cassetera (con capacidad también para grabar) y varios cassetes -dispositivo de almacenamiento aún en boga por aquellos años- con el rotulo en ellos de TROVA – CANTO NUEVO, los cuales fueron un enigmático descubrimiento para mí, y en uno de esos momentos de dispersión poco antes de que se convocara a los feligreses para iniciar la celebración del Sábado de Gloria me dispuse a escucharlos en compañía de Pepe, un poco más instruido en la materia por influencia de su cuñado Miguel, aficionado desde años mozos a la música del trovador.

18 años después recuerdo como si fuera este instante los agudos y melancólicos acordes que anteceden a la contundente sentencia: Ojalá que las hojas no te toquen el cuerpo cuando caigan para que no las puedas convertir en cristal. Ojalá esto, ojalá lo otro, ojalá chingues a tu madre fue acaso lo que omitió el compositor impedido por maldecir a letra abierta a quien amó con tal intensidad y por quien sufría a tal grado de desear no poder tocarla ni en canciones, lo cual -obvio- le resultó imposible. Fue tanto el impacto provocado por la pieza que me vi en necesidad de rebobinar la cinta más de un par de ocasiones para volver a escucharla y mimetizarme en ella, que si bien hasta entonces poco curtido estaba en vivencias afectivas, me resultaba imposible no empatizar con el dolor y la nostalgia transmitida por aquel desconocido en su clamor, al punto de reclamar la presencia de la muerte. Es probable -no me atrevo a aseverarlo- que Pepe me haya comentado que el destinatario de dicha canción no era una musa perdida sino John F. Kennedy, una de las leyendas urbanas acuñadas alrededor de Ojalá y que el mismo Silvio ha desmentido, siendo Emilia –uno de sus más profundos amores y desamores- la musa inspiradora.

Tan absorto estaba en el proceso de reproducir-rebobinar-reproducir que en una de esas por equivocación presioné junto al botón de PLAY el de REC, percatándome varios segundos después al no escuchar canción alguna salir de la pequeña bocina del aparato. Al respecto sólo puedo mencionar que Héctor tuvo que escuchar el resto de su estancia por tierra mixe la mencionada canción con una poco ortodoxa introducción conformada por cuchicheos y ruido ambiental (mea culpa).

Recuerdo una conversación con Pepe al día siguiente (Domingo de Resurrección), en un pequeño paseo por las instalaciones del mercado del centro de Oaxaca capital donde pudimos degustar sabrosa nieve de mezcal, en la cual me enteraba de la existencia de un programa radiofónico transmitido una vez por semana -los miércoles- por Radio Nuevo León: Poemas, canciones y canto nuevo, conducido de tan amena manera por Gregorio Bernal y, dato anecdótico, sigue transmitiéndose. Recuerdo el ansia con la que esperé el día y la hora señaladas y grabadora en mano, disponerme a arrebatarle a las ondas radiales algunas canciones para consumo propio de tan reciente y novedoso género musical descubierto. De aquella primera noche de programa grabado me queda en la memoria haber escuchado Te doy una canción, a la que poco bastó para convertirse en mi gran favorita de entre todo el repertorio del trovador, que desde el primer verso me amarra, transforma y vuelvo mía (o me vuelve suyo muy posiblemente), y Llovizna de Fernando Delgadillo. Sí, la aprendí-querí antes incluso que Ten miedo de mí.

En cuanto tuve oportunidad y aprovechando la semana de vacaciones que se concede después de Semana Santa me apersoné en el paseo peatonal Morelos en el centro de mi ciudad y visité la discoteca Sahari’s. Entré y justo al comenzar mi inspección, pasando el área de pago y en la pared derecha del local me encontré con el paraíso en forma de CD’s: Silvio Rodríguez, Pablo Milanés, Amaury Pérez, Luis Eduardo Aute, Joan Manuel Serrat, Joaquín Sabina, Fernando Delgadillo, Mexicanto… Canciones urgentes (álbum recopilatorio lanzado en 2001) y Mano a Mano (concierto de Silvio y Aute en Las Ventas, 1993) fueron mis primeras adquisiciones. Para la anécdota, recuerdo haber regalado al Padre Federico el segundo disco (el mío, no comprado exprofeso) tres meses después, el último día que estuvo en la ciudad antes de prepararse para su viaje a Roma a cursar una licenciatura en Pastoral Juvenil, simbólica manera de externarle mi gratitud por lo vivido y aprendido, pues también estamos en las canciones que nos gustan y nos han marcado, como tantas de Silvio en mi vida hasta hoy día.

NOTA ACLARATORIA

Lo contado con anterioridad es la versión romántica de la primera vez que escuché una canción de Silvio. Más haciendo justicia a la verdad, debo confesar que no es del todo cierto. En realidad, la primera ocasión que mis oídos escucharon una canción del trovador cubano habrá sido una tarde de octubre o noviembre de 1994 en casa de Javier, un compañero de la preparatoria, mayor que el resto de los compañeros del grupo, y con el que Carlos y yo hicimos buena amistad y visitábamos ocasionalmente, pues vivía con sus padres a unas cuantas calle de la escuela. Estando en su habitación y en uno de sus habituales debrayes reflexivos que solíamos concluir con un «¡Ta’bueno Javier!», de entre su colección de vinilos tomó uno de ellos, retiró del empaque protector, y colocó sobre la tornamesa de su estereo –so oldie– para en el inter del proceso comentarnos que íbamos a escuchar una de sus canciones favoritas, y prestáramos mucha atención a la letra. La canción en cuestión: Rabo de nube, su interpreté y compositor: Silvio Rodríguez (1977). Aquella tarde fue nula  mi atención que quedó cautivada; dicho de manera más elegante, no era mi tiempo aún. Javier, por cierto, fue profesor de Miguel (cuñado de Pepe) y por él conocí al naciente grupo misionero al que me incorporé en enero de 1995.

Victor Esparza02

Mujeres-algo, mujeres-todo

Mujeres-poema,
con la métrica escondida
en su silueta,
que cuando te llegan al corazón
jamás las olvidas.

Mujeres-canción,
armoniosas y divertidas,
que las quieres estar tarareando
todo el día y te sorprendes haciéndolo
al menor descuido.

Mujeres-libro,
sorpresivas y cultas,
que te enamoras
con tan sólo
las primeras hojeadas.

Mujeres-teatro,
enérgicas y expresivas,
que llenan tu escenario
con su intensidad y te descubren
un nuevo sentido de la vida.

Mujeres-árbol,
refrescantes en verano
y cálidas en invierno,
que basta tenerlas cerca
para contagiarse de su fortaleza.

Mujeres-musa,
escondidas tras una sonrisa,
que te provocan luchar,
crear, soñar, alcanzar
horizontes que jamás imaginaste.

(Febrero 14, 2014)

Comenzando a escribir

Una inmensa cantidad de libros que tenían meses acumulándose adornaban su escritorio. Y si bien se había hecho el propósito de leer uno por semana, cada fin de mes salía ávido a explorar las librerías de viejo en busca de joyas literarias que por azares del destino terminaban ahí a la espera de un alma lectora que las librara de aquel limbo literario, así que la cantidad no dejaba de aumentar. Entre las obras que había rescatado -y conseguido, cabe decir, a un ridículo precio- se encontraban las primeras ediciones de «El laberinto de la soledad» de Octavio Paz (1950) y «Morirás lejos» de José Emilio Pacheco (1967), que se volvieron de inmediato valiosos tesoros que mantenía ordenados de manera escrupulosa en una repisa colocada encima de la cabecera de su cama. Otros libros que aparecían en tan selecta colección era una edición conmemorativa de «Rayuela» publicada en Argentina en 1983 con motivo del 20 aniversario de su aparición, y las obras completas de Mario Benedetti, su escritor favorito, en una edición publicada en 2009, año de su muerte. No podía faltar tampoco la primera novela que leyó a los nueve años, encontrada entre los libros que tenía su padre: «El tesoro de la Sierra Madre», de B. Traven, emocionándose desde entonces con las aventuras que podían vivirse a través de las letras de otros, y pesando, por qué no, emocionar a muchos algún día con las suyas.

Y la fecha había llegado. Sabía que no podía -y tampoco lo quería- pasarse leyendo eternamente, por mucho que le emocionaba. Además de la motivación directa para escribir provocada tras cada libro que devoraba, había también ya leído suficientes invitaciones al respecto: «Mientras escribo» de Stephen King, «Cartas a un joven novelista» de Mario Vargas Llosa, «Sobre la creación literaria» de Gustave Flaubert, «Zen en el arte de escribir» de Ray Bradbury, «Sin trama y sin final: 99 consejos para escritores» de Antón Chèjov, y tantos más, de los que había extraído recomendaciones que le dieron para llenar un par de libretas que cada ocasión que se entusiasma por comenzar a escribir le daba por repasar, teniendo incluso algunos de ellos ya aprendidos de memoria.

Entonces, ¿qué era lo que le detenía? Algunas ocasiones le abrumaba no contar con algo impactante qué contar, considerando su vida lo suficientemente aburrida como para desprender de ella alguna historia digna de ser conservada en palabras. Repasaba en su infancia y adolescencia en búsqueda de esa anécdota picaresca que aderezada con unos cuantos detalles pudiera servir como base para algunos cuentos o novelas breves como tan bien le brotaban a tantos escritores de su admiración. Lo más atrevido que le había sucedido en secundaria fue escaparse unos minutos antes de la hora de que comenzaran las clases en compañía de un compañero hasta la casa de éste para ir por un balón con el cual jugar fútbol durante la hora de educación física, volviendo de dicha ‘hazaña’ una hora y media después de la entrada. Debido a sus buenos antecedentes de conducta, mientras el compañero se llevó el primer reporte del año escolar, él sólo había recibido una ligera amonestación de parte de su maestra de planta y la advertencia: «No te andes dejando influir por los demás». ¿Qué de emocionante podía tener aquello como para ser narrado con mayor soltura?

Otras veces era un sentimiento de agobio el que le impedía hilar más de cinco palabras continuas para dar comienzo a alguna vaga idea que le estuviera rondando toda la tarde en la cabeza. La sensación de impotencia ante aquello desconocido y el reto que una hoja en blanco representa en todo momento, con la altivez silenciosa que guarda ante el novato que en su inconsciencia espera desahogar sus inquietudes literarias en ella. Luego de un par de horas el bote de basura se volvía testigo de sus inocuos intentos, atiborrándose de bolitas de papel que representaban su fracaso. Antes de llegar a la desesperación abortaba su misión y se recostaba sobre su cama cuan largo era para encontrar en el descanso y los sueños la recompensa infructuosamente buscada minutos antes.

Esa noche estaba decidido a no dejarse vencer. Acompañado de una taza de café descombró el espacio suficiente en su área de trabajo para, después de sumirse sobre la Henry Miller que había recibido como regalo un par de años atrás por parte de uno de sus tíos, disponerse con la mayor de las devociones a dar inicio, una vez más, a la inquietante danza entre sus ideas, las palabras, el bolígrafo y una hoja en blanco, y empuñando su mano derecha sobre ella, comenzó a escribir:

«Una inmensa cantidad de libros que tenían meses acumulándose adornaban su escritorio…».

La unión de los peones hará la fuerza, venceremos

Por bendiciones que la vida va concediendo a cambio de algunos aporreos tuve oportunidad de conocer el pasado noviembre a PUÑO DE TIERRA, colectivo artístico dedicado a las artes escénicas y visuales y a la difusión del teatro independiente. Grupo Reforma se encargó de traerlos a Monterrey para presentar Almacenados, y tuvieron la gentileza de facilitarme un par de entradas para disfrutar de tan magnífica puesta en escena (los boletos estuvieron sólo disponibles para suscriptores de El Norte).

Hace algunas semanas anunciaron el lanzamiento de su iniciativa #TeatroVirus, consistente en una residencia artística a lo largo de este 2014 en el Foro Shakespeare de la capital del país en donde estarán presentando sus montajes cargados de crítica y reflexión social, como una manera más de contribuir desde su trinchera en el despertar de conciencias tan necesario en nuestra sociedad.

Queremos contagiarte de nuestras ideas… ideas que no son buenas ni malas, son locas.

El primero de ellos, a presentarse en el lugar mencionado sábados y domingos próximos hasta el 20 de abril se titula EL PUTO PEÓN NEGRO CHUECO, con la actuación de Juan Carlos Medellín, dirección de Fernando Bonilla y texto del dramaturgo de cabecera del colectivo, el español David Desola, quien ha encontrado en nuestro país y en particular entre quienes conforman Puño de Tierra un hogar y familia.

El puto peón negro chueco nos narra en primera persona las vivencias y peripecias de un peón de ajedrez, negro y chueco por defecto de fábrica, ninguneado por eso mismo, y que a pesar de su humilde condición en el organigrama del ancestral juego, divaga en la posibilidad de que si todos los peones sumaran fuerzas podrían liberarse del yugo al que se ven sometidos. No tan descabellado considerando son mayoría (12 de las 24 piezas para ser precisos). ¿Y entonces?

puto

A lo largo de una hora que pasa en un santiamén y se disfruta a raudales nos vemos ante una feroz crítica de la sociedad contemporánea salpicada de ejemplos actuales, tanto irónica como reflexiva que desnuda el carácter egoísta del ser humano pero a la vez la posibilidad latente de que uniendo voluntades pueda transformar el ambiente que lo rodea, utópico quizá pero nunca descabellado de pensarse.

Queden estas palabras como invitación, si viven -o pasan por- en el DF, a hacerse un espacio en su agenda de fin de semana: sábados 7 PM y domingos 6 PM, y aprovechar para disfrutar y dejarse interpelar por esta representación. El lugar donde se presenta es en una pequeña sala en la parte alta del Foro Shakespeare (Colonia Condesa), con capacidad no mayor a 25 personas por lo que la experiencia adquiere mayor grado de intimidad. Termino con unas palabras tuiteadas ayer por Fernando, que cita a un tipo que lo dejó pensando según cuenta:

Buen teatro no es sino el que altera la conciencia o el estado de ánimo del espectador después de la función.

Y sin duda El puto peón negro chueco cumple con dicha característica.